486046904_f86668fe9bInformar, sensibilizar y favorecer la aparición de un modelo de consumo sostenible no servirá de nada si no cambiamos nuestro estilo de vida, de manera que reduzcamos drásticamente el consumo de toda una serie de productos totalmente prescindibles

El consumo representa uno de los factores fundamentales en el debate sobre el desarrollo sostenible. Todos somos consumidores, no en vano vivimos en la llamada sociedad de consumo basada en un sistema tendente a estimular la producción y uso de bienes no estrictamente necesarios, y todo mensaje que recibimos nos dice que cuánto más consumamos, mejor. Mejor para la economía pues se asegura su crecimiento, mejor para los productores pues venderán más, y mejor para nosotros, los consumidores, pues nos sentiremos más satisfechos al aumentar nuestra calidad de vida.

Como consumidores no solemos valorar lo que poseemos o lo que podemos poseer. Si nos parásemos a pensar, nos daríamos cuenta de todos aquellos lujos que disfrutamos normalmente. Debemos ser conscientes de que abrir el grifo y que salga agua potable, o apretar el interruptor y tener luz, son cosas que la mayoría de las personas que habitan la Tierra hoy día no pueden hacer regularmente. La electricidad es un privilegio relativamente nuevo que la mayoría de nuestros bisabuelos nunca pudieron disfrutar. Ignoramos los impactos ambientales y sociales generados durante la producción de los bienes que consumimos, y para lograr un consumo responsable adecuado al marco de la sostenibilidad es imprescindible que, como consumidores, estemos bien informados.

Informarse debe ser el primer paso para luego actuar en consecuencia. Debemos conocer los impactos que generamos para intentar cambiar nuestros hábitos a fin de reducir los costes ambientales y sociales, en última instancia económicos, derivados de nuestro frenesí consumidor. Para ello, es fundamental concienciar y sensibilizar a la población, producir un cambio de valores que premie tanto a consumidores como a productores responsables. Esta es una tarea de largo plazo que debe ser impulsada desde la administración pública, favoreciendo un marco regulatorio adecuado y ejerciendo una labor ejemplarizante a través de actividades como la compra pública verde.

Informarse y actuar en consecuencia es una responsabilidad que, como consumidores, recae sobre todos nosotros. Sin embargo, para favorecer un consumo responsable, debemos tener la posibilidad de acceder a productos y servicios cuyo impacto social y ambiental generado a lo largo de su ciclo de vida se adecue a los principios de la sostenibilidad. El consumidor informado y concienciado debe exigir un mercado eficiente que internalice todos los costes de los productos que ofrece; dicha exigencia debe ser trasladada de nuevo a la administración pública, de manera que se desarrollen instrumentos fiscales y legales que incorporen los costes ambientales y sociales en toda la cadena de producción, adaptando en consecuencia los precios para valorar los atributos ambientales de los bienes como una ventaja competitiva.

Algunas empresas ya se han dado cuenta de los beneficios económicos que obtienen aplicando procesos productivos sostenibles. El reciclaje revaloriza residuos que antes provocaban un impacto ambiental considerable, y la reutilización multiplica el uso potencial de un producto con un coste mínimo. La concienciación sobre la escasez de los recursos naturales esta provocando un cambio en el comportamiento de ciertas empresas que posibilita la confluencia de beneficios económicos, ambientales y sociales derivados de sus procesos productivos. Existen productos que son diseñados contemplando todo su ciclo de vida, de manera que su diseño facilita los posteriores procesos de reciclaje o reutilización. Los productores han incorporado dos de las tres famosas erres a su estrategia empresarial, puesto que han visto cómo reciclar y reutilizar pueden aumentar sus beneficios o incluso basar su actividad en ello.

Cabe ahora preguntarse si la erre más importante, reducir, será asumida no sólo por las empresas sino también por la administración pública y por nosotros mismos como consumidores. Informar, sensibilizar y favorecer la aparición de un modelo de consumo sostenible no servirá de nada si no cambiamos nuestro estilo de vida, de manera que reduzcamos drásticamente el consumo de toda una serie de productos totalmente prescindibles. De manera inteligente, debemos orientar nuestro comportamiento hacia lo que verdaderamente nos puede hacer crecer como personas en la senda de la sostenibilidad.

La calidad de vida, que no pasa de ser la percepción que tenemos de nuestro lugar en la existencia, en el contexto de nuestra cultura y en el sistema de valores con los que vivimos, ¿se ve condicionada realmente por cuánto consumimos, o más bien por cómo consumimos?