2238073479_9582e6391f_0El diario El Correo del sábado 25 de febrero titulaba en portada a cuatro columnas que Euskadi acababa de entrar en la disputa por la instalación en su territorio de la Fuente Europea de Espalación (ESS). La ESS es una de las grandes apuestas de la Unión Europea y, de realizase, se convertiría en el proyecto científico más ambicioso que jamás se haya articulado en nuestro país.

La historia no es nueva y, en realidad, lo que se presentó el pasado día 2 de Febrero es la candidatura vasco-española a convertirse en sede de la citada infraestructura. Una infraestructua de carácter mundial que competiría de igual a igual con sendos laboratorios actualmente construyéndose en Japón y Estados Unidos.

Esta opción representaría un salto cualtitativo y cualitativo espectacular respecto al ya de por sí ambicioso proyecto de construcción de una Fuente de Espalación Neutrónica de caráter regional y proyección europea que había ya sobre la mesa de ambas administraciones, la vasca y la central.

El planteamiento de partida es bastante sencillo. Se lleva mucho tiempo postulando desde diversos ámbitos del entorno científico-tecnológico vasco, que uno de las grandes debilidades o, dicho de otra forma, uno de los grandes obstáculos para el posicionamiento de Euskadi en el pelotón de cabeza de la competitividad internacional, es la ausencia en el país de una gran instalación científico-tecnológica de referencia suprarregional que contribuya, de forma determinante, a que el Sistema Vasco de Ciencia y Tecnología multiplique su esfuerzo en I+D en ámbitos de conocimiento con importante proyección.

Las negociaciones políticas para la búsqueda de mayorías suficientes en las cámaras vasca y española en torno a los presupuestos de los respectivos ejecutivos para el ejercicio 2006, permitieron asistir en Diciembre pasado a un interesante debate, precisamente, sobre la oportunidad de poner en marcha en Euskadi una infraestructura de ciencia de gran alcance.

Hasta lo que ha trascendido, la definición del proyecto se ha centrado en el ámbito concreto de la aceleración de partículas, dadas las elevadas potencialidades de estas infraestructuras en distintos campos científicos, sociales e industriales. Y el proyecto inicial (hasta la irrupción de la nueva alternativa) cuenta ya con una dimensión presupuestaria de entorno a los 300 millones de euros aportados alicuotamente por los Gobiernos vasco y español.

Nosotros no queremos entrar ahora (ni, seguramente, somos quiénes) en una valoración técnica sobra la oportunidad de que sea ésta u otra la opción más apropiada. Sin embargo, sí nos permitimos interferir en el debate general y trasladar algunas consideraciones de partida que entendemos pueden ayudar a conformar su opinión a las personas que están tomando partido en todo este proceso de decisión. Pensamos que una inversión en Euskadi de varios cientos de millones de euros en una apuesta científico-tecnológica determinada es, realmente, la モINVERSIÓNヤ con mayúsculas y, por tanto, su virtualidad debe evaluarse desde una perspectiva muy amplia e incluir elementos que, hoy por hoy, quizás, no estén suficientemente presentes en el proceso de reflexión. Si, además, existe la posibilidad de que ese proyecto sea absorbido por uno cuatro veces mayor la reflexión, si cabe, adquiere mayor oportunidad.

Parece partirse de la premisa de que la creación de una gran instalación científico-tecnológica es un bien en sí mismo para nuestro país y, en consecuencia, hacer una gran inversión モen lo que seaヤ es mejor que no hacer ninguna. Pero hay que tener en cuenta que esto puede que no sea cierto del todo en el supuesto de que el proyecto de inversión tenga モmás cemento que contenidoヤ y acabe suponiendo una carga difícilmente soportable por el sistema, no tanto (o no sólo) por el importe de la inversión inicial, sino por sus elevados costes de mantenimiento, su bajo impacto o su menor utilización por nuestro sistema científico-tecnológico-empresarial.

Es posible, en este sentido, que la dimensión que podrían alcanzar los nuevos equipos (humanos) de investigación que genere su propio funcionamiento no justifique por sí sola la inversión realizada y tampoco parece muy probable que, si no se ponen en marcha mecanismos específicos complementarios, la sola presencia de la instalación pueda servir de herramienta de apalancamiento del conjunto del sistema científico-tecnológico vasco (al margen de que los agentes más cualificados del Sistema actual sepan sacarle todo el partido desde un principio).

Queremos con esto decir que el planteamiento inicial es sumamente atractivo y por ello debe asegurarse que la instalación vasca no tiene vocación de mero centro experimental al servicio de centros de  conocimiento y agentes internacionales sin presencia real en Euskadi sino que, verdaderamente, se constituye en el motor de un gran entramado científico-tecnológico de referencia internacional con clara presencia en el territorio.

Varias son las posibilidades en este sentido y todas pasan, pensamos, por la implantación (a “su alrededor”) de un centro de investigación (o un entramado de centros) con la suficiente capacidad y la suficiente demanda como para maximizar desde el punto de vista científico-tecnológico las potencialidades de la instalación. Este centro de conocimiento puede crearse ex – novo al albur de la nueva instalación aprovechando las capacidades endógenas del Sistema (salvando las distancias, modelo CIC Biogune desarrollado en los últimos años en el ámbito de las biociencias) o puede capturar la credibilidad científica y las competencias de un centro de conocimiento ya consolidado y de referencia en el entorno internacional que, movido por la posibilidad de utilizar de forma preferente una costosa instalación, quiera lanzarse a la aventura de crear una sede regional en Euskadi (modelo Guggenheim). Además, este nuevo agente puede concebirse solamente como centro de generación de conocimiento básico o puede tratarse de un auténtico centro académico-universitario (¿el campus vasco del MIT?) que abandere el liderazgo intelectal del aún endeble sistema universitario vasco.

Finalmente (last but not least, que dirían los ingleses), desde el punto de vista industrial o de impacto económico, los responsables de la instalación por la que finalmente se opte deben tener muy bien asumida la función dinamizadora de la economía vasca que esta gran infraestructura debe poseer necesariamente. Su papel, por tanto, no debe ser de naturaleza reactiva sino que uno de sus objetivos estratégicos será el de despertar demandas empresariales y, sobre todo, generar nueva actividad económica en nuestro país en sectores de futuro. Esto va a requerir una planificación y una gestión estratégica importantes ya que no puede improvisarse a posteriori ni puede dejarse al devenir de los acontecimientos.

La conformación del Consorcio o Unidad de Dirección que acompañe el proyecto a lo largo de todo su recorrido va a ser con toda probabilidad un elemento esencial en todo esto. Y, en particular, la elección de su máximo responsable debe hacerse con mucho tino. El perfil de esta persona debe contar con unos mínimos conocimientos técnicos sobre la materia pero, necesariamente, debe aportar una visión completa y certera del entramado científico-tecnológico y empresarial vasco. Además, lo que es más importante, debe aportar cierto liderazgo y ascendencia “moral” sobre el conjunto de los agentes involucrados. La Administración vasca ha demostrado un compromiso importante en los últimos años con el desarrollo del sistema científico-tecnológico vasco y cuenta entre sus altos cargos técnicos y políticos con personas con una larga trayectoria y un empuje muy valiosos que sabrían hacer un gran papel.

Nos hemos atrevido a hacer este tipo de consideraciones porque el proyecto nos parece de la suficiente envergadura y del suficiente calado científico y económico en el futuro de Euskadi como para tener que hacerlo bien a la primera para que no haya nada de qué lamentarse al cabo de los años. Al contrario que algunos, consideramos que nuestro país sí tiene la capacidad financiera y la audacia política como para plantear este tipo de megaproyectos; sí es capaz de atraer investigadores de primer nivel internacional cuando hay un proyecto de acogida interesante; y sí se le puede dar la vuelta a la situación y catapultar a nuestro sistema científico-tecnológico a las primeras posiciones de la vanguardia europea. El País Vasco cuenta, además, con una estrategia científico-tecnológica a la que incorporar este proyecto y posee una trayectoria política seria en esta materia desde hace casi veinte años que permite arropar esta iniciativa con suficientes garantías de éxito.

En definitiva, contemplamos este proceso como una auténtica oportunidad que no se debe desaprovechar ni limitarla a una negociación política coyuntural. No sabemos cuándo va a llegar el tren de alta velocidad a nuestra tierra pero lo que es seguro es que el tren del conocimiento no suele parar muy a menudo en estaciones de segunda. Intentemos aprovechar este momento.