La accesibilidad y la amabilidad para con las personas mayores en los entornos urbanos es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan nuestras ciudades en la actualidad. Pero lo cierto es que este problema se hará cada vez más grande en el futuro si no se aborda adecuadamente teniendo en cuenta la situación demográfica que nos depara: en 2031, una de cada cuatro personas en España tendrá más de 65.
Para muchas personas mayores (y personas con movilidad reducida), el salir a la calle puede convertirse en todo un deporte de riesgo, pues son muchos los elementos urbanos que pueden ocasionar situaciones de peligro: pavimento mal conservado, bolardos poco visibles, alcorques descuidados, bordillos pronunciados, aceras estrechas, tramos de escaleras sin alternativas accesibles disponibles, y un largo etcétera.
Todos estos obstáculos contribuyen a que las personas mayores conciban el salir a la calle como una situación de peligro y estrés constante. De hecho, el hecho de que la ciudad no esté adaptada a las personas mayores no solo supone un riesgo para ellas, sino que también les niega la posibilidad de usar la calle como les gustaría, condenándolas a quedarse en casa.
Ante esta expulsión por parte del espacio, las personas mayores se ven alejadas de sus entornos conocidos y, consecuentemente, de sus interacciones sociales cotidianas, enfrentándose a situaciones de soledad no deseada. Y es que, según numerosos estudios científicos, la soledad no deseada es un factor de riesgo para la salud tanto física como mental, incrementando el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y trastornos mentales, entre otros.
Más allá de los evidentes efectos en la salud, la falta de accesibilidad en la ciudad provoca una segregación en el espacio público, limitando su uso a un sector específico de la población y, por ende, vulnerado el derecho a la ciudad. Es fundamental proporcionar a las personas mayores espacios (tanto públicos como privados) seguros y adecuados que favorezcan su calidad de vida y les permita llevar a cabo sus actividades cotidianas con la mayor comodidad posible.
Son varios los municipios que apuestan por convertirse en entornos cada vez más accesibles y amigables con las personas mayores, como Burgui (Navarra), que en 2019 llevó a cabo un proceso urbano participativo con sus vecinos y vecinas para repensar y rediseñar la plaza principal desde la perspectiva del envejecimiento activo, en el marco del proyecto Burgui Amable.
Por su parte, IKEA, Barcelona Design Week, Madrid Design Festival y World Design Capital Valencia 2022 trabajaron el año pasado en Next Gen: Séniors. Rediseñando la ciudad del futuro para la sociedad más longeva de la historia, un proyecto colaborativo de investigación y reflexión que puso en el punto de mira el envejecimiento de la sociedad y su impacto en el futuro de las ciudades.
A raíz de este proyecto nació FRËSKA, un prototipo de servicio de sillas plegables de uso público o, como se definió en su presentación, un servicio de “chair-sharing” a la española inspirado en la tradición de las personas mayores españolas de salir a la calle con una silla a charlar con los vecinos y vecinas en las noches de verano.
Y es que las charlas a la fresca, además de ser un símbolo de la cultura de España, representa muy bien la simplicidad del derecho a la ciudad para todas las edades, pero sobre todo para las personas mayores: el espacio público como espacio de relación social seguro, como espacio compartido y como espacio de estancia más que de tránsito. Tal es la importancia de esta actividad, que Algar, un pueblo de Cádiz, quiso proteger esta tradición convirtiéndola en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Además, la tendencia de poner a disposición de la ciudadanía mobiliario urbano móvil se ha extendido con mucho éxito en los últimos años, sirviendo de ejemplo las míticas sillas verdes de acero de los jardines de Paris (que tienen su origen en los años 20), o las hamacas de la Gran Clariana del parque de las Glòries, en Barcelona.
Se trata de pequeñas iniciativas que tienen el gran poder de convertir las ciudades en entornos más accesibles y amigables.
En definitiva, es imprescindible pensar y diseñar entornos urbanos que se adapten a las personas mayores, de modo que se favorezca su calidad de vida y se les posibilite la oportunidad de permanecer el máximo tiempo posible en entornos seguros y de confianza, evitando así la necesidad de recurrir a residencias debido a la falta de adecuación de su entorno a sus necesidades. De igual manera, la conservación y el mantenimiento de estos entornos por parte de las instituciones públicas resulta crucial para garantizar la calidad y seguridad de los mismos en el futuro.
Asimismo, la adaptación de las ciudades a las personas mayores de hoy en día no solo implica una mejora en su calidad de vida, sino que también sienta las bases para una mejor calidad de vida para las personas mayores del futuro. A medida que la sociedad envejece, es necesario que las ciudades se ajusten a esta realidad para seguir garantizando el derecho a la ciudad en todas las etapas de la vida.
Imagen principal: Beth Macdonald en Unsplash