Definición de pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS): “Propagación mundial de una enfermedad”.
La reciente propagación mundial del coronavirus (Covid-19) ha hecho que se declare una emergencia de salud pública de preocupación internacional – el mayor nivel de alarma. No obstante, el director general de la OMS, Tedros Adhanom, explicó hace unos días que declarar la pandemia debido al coronavirus “puede indicar que ya no podemos contener el virus, lo cual no es cierto”. Así mismo, denunció ante los medios de comunicación que el aumento de casos de coronavirus – 114 casos en España y casi 89.000 en todo el mundo, a 2 de febrero de 2020 – ha llevado a algunos medios de comunicación y políticos a “presionar” para que se declare una pandemia, cuando la situación no es tan grave para realizar tal declaración. “No deberíamos estar demasiado ansiosos por declarar una pandemia sin un análisis cuidadoso y claro de los hechos. El uso descuidado de la palabra pandemia no tiene ningún beneficio tangible, pero tiene un riesgo significativo en términos de amplificar el miedo” dijo Tedros Adhanom.
Curiosamente, China, el país con mayor número de afectados por el coronavirus – más de 80.000 casos y 2.900 muertos confirmados a 2 de febrero de 2020 – asiste a un curioso fenómeno: el coronavirus ha reducido la contaminación del país. La limitación de la actividad productiva, los vetos comerciales, los vuelos cancelados, entre otras cosas, ha incentivado la caída de las emisiones de contaminantes a la atmósfera (ver mapa de contaminación de China con el antes y el después del coronavirus). Más concretamente, unas imágenes de satélites hechas públicas por la NASA muestran niveles decrecientes de dióxido de nitrógeno, el gas nocivo emitido por los vehículos de motor, las centrales eléctricas y las instalaciones industriales. Además, el coronavirus ha desplomado en un 25% las cotas de CO2 en el aire, según el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio.
A este respecto, un dato pasa desapercibido entre los medios de comunicación, políticos y la ciudadanía en general: la contaminación del aire mata mucho más que el coronavirus. Mientras el nuevo coronavirus acapara las portadas de los principales medios de comunicación, este asesino silencioso mata a casi 7 millones de personas al año. De hecho, un reciente informe sobre la calidad del aire en el mundo de 2019 muestra que el 90% de la población mundial respira aire inseguro. Dicho informe aporta un ranking de las ciudades con el peor aire y pone de relieve la elevada contaminación por partículas en suspensión de menos de 2,5 micras (PM2,5) en todo el mundo durante el año 2019. Los elevados niveles de contaminación atmosférica están vinculados, en especial, a fenómenos provocados por el cambio climático – tormentas de arena, incendios forestales – y a la contaminación generada por la rápida urbanización de las ciudades.
Volviendo a la presión por parte de políticos y medios de comunicación para declarar una pandemia por el caso del coronavirus, se hace necesario, más que nunca, que las opiniones y decisiones que tomamos estén basadas en datos probados o tengan una base científica. ¿Por qué no se hacen las mismas declaraciones respecto a la contaminación – atmosférica, marina, de suelos – como se hacen para el coronavirus? ¿Por qué la contaminación, y los millones de personas que mata cada año en el mundo, no llega tanto a la población ni se hace tanto eco en los medios de comunicación? Del mismo modo, aunque a menor escala que con el coronavirus, ocurre con los accidentes de tráfico: la contaminación del aire causa 10.000 muertes al año en España, muchas más que las 1.700 que ocurren por accidentes de tráfico. Sin embargo, los anuncios, campañas, declaraciones y demás publicaciones sobre la peligrosidad de la conducción al volante son mucho más numerosos, y estamos más familiarizados con ellos, que los relacionados con la contaminación del aire.
Obviamente, tanto el coronavirus, los accidentes de tráfico o cualquier otro evento o suceso que ponga en riesgo la vida de las personas merece su espacio, interés y preocupación. Por esa regla de tres, la contaminación debería ser considerada un problema muy preocupante que debería ocupar las portadas e inicios de los telediarios mucho más frecuentemente de lo que lo hace. Quizás el problema radique en que luchar contra la contaminación más de lo que lo hacemos actualmente supondría ir en contra de nuestras propias empresas, nuestro propio PIB y, seguramente, nuestra propia comodidad y bienestar diario.
Julen González Redín
PhD en Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente
NAIDER