El otro día escribía mi amigo Manu Fernández un post fantástico (como todo lo que él escribe) sobre “Turismo Global y Espacios Públicos”. El tema me dio que pensar y como el comentario que le estaba escribiendo quedaba un poco largo, me he animado a reproducirlo en un post específico. Hace tiempo, además, que no escribo y, en verano, es importante disminuir la profundidad intelectual de las reflexiones para descansar la mente. Así que, quién mejor que yo para bajar el nivel de este Ateneo! Es claro que la democratización del turismo derivada del modelo de bienestar y del abaratamiento de los modos de transporte ha provocado la invasión de ciudades y países enteros por parte de una nueva especie depredadora: el denominado “TCM” (turista de clase media). Esta nueva especie desarrolla una serie de funciones características y muestra comportamientos homogéneos perfectamente identificables. * El TCM okupa espacios antes destinados a los moradores habituales (sin que las autoridades policiales les obliguen al desalojo inmediato, porque se trata de una okupación legal, consentida e incluso promovida por los dirigentes políticos locales). * El TCM retrata de forma inmisericorde cualquier rincón fotografiable, ahuyentando a los últimos aguerridos, temerosos de aparecer en el facebook o en el flickr de cualquier turista (las autoridades judiciales no intervienen tampoco en esta ocasión: los TCMs están exentos del cumplimiento de la legislación para la protección de la intimidad y la privacidad). * El TCM consume los productos antaño particulares de los habitantes de estos lugares y que vienen identificados en estupendas guías multicolor, privando a los locales de sus bienes de consumo necesarios para su supervivencia cultural como colectivo diferenciado (esta apropiación de bienes ajenos tampoco es perseguida y ni siquiera es catalogada de hurto, por lo que no tienen la consideración de falta, quedando totalmente impune). En España hay hasta 26 especies invasoras catalogadas como tales. Repasémoslas un poco. En primer lugar aparece la “malvasía jamaicensis”, una especie de pato americano muy agresivo que, al parecer, ha invadido Europa y está acabando con la “malvasía cabeciblanca”, que debe ser la que antes ocupaba nuestras granjas y riachuelos. También el muflón, el visón americano, los loros y las cotorras argentinas están amenazando a sus colegas peninsulares. En el agua aparece el lucio (cuya introducción está prohibida) como el más amenazador. Le siguen el esturión, la trucha arco iris y muchas especies de acuario, que acaban siendo arrojadas a los ríos cuando sus propietarios se aburren de alimentarlas o no pueden hacerlo porque salen de vacaciones, como buenos TCMs. Hay otras especies exóticas de agua dulce que ponen en peligro a las autóctonas como son el chanchito, un ejemplar de acuario con características agresivas, el siluro o el temido “cangrejo americano”. Ni rastro de los TCMs. El mundo científico encargado de analizar la biodiversidad no está, en absoluto, preocupado por el fenómeno. Lo más curioso de todo este proceso es que las mismas autoridades que se ocupan de contener la expansión de todas esas especies invasoras que amenazan la diversidad biológica promueven y alientan la reproducción en su jurisdicción de los TCMs construyendo enormes “contenedores” en forma de apartamentos y hoteles para su cultivo y transformando los enclaves más auténticos y bellos de pueblos, ciudades y países en artificiales “parques temáticos” poblados ahora de TCMs. Poco a poco, gota a gota, van cayendo iconos del desarrollo cultural de nuestra civilización. Paris, Roma, Londres, Venecia… han sido ya derrotadas y sus centros urbanos invadidos de forma inmisericorde. Pero el proceso no sólo incide en las grandes urbes o en las ciudades más famosas. El tema parece más grave y generalizado porque al auténtico TCM le da igual una cosa que otra. Una ciudad que otra. El único requisito para ser fagocitada es que aparezca en una guía suficientemente digna. A partir de ahí la mecánica se pone en marcha de forma automática. Los TCMs cuentan con aliados muy poderosos (las grandes tour-operadoras, las multinacionales del consumo, las grandes cadenas hoteleras, las franquicias universalizadoras de la moda) y con la complicidad interesada o ingenua de las autoridades locales, seducidos por la modernidad y el aumento de notoriedad nacional o internacional que supone ser invadido por una masa ingente de auténticos TCMs. Volviendo al post de Manu, éste nos hablaba de la privatización generalizada de los espacios públicos de nuestras ciudades consecuencia de la globalización del turismo y parecía resignarse ante este devenir. No obstante, una frase de su intenso discurso me llamó la atención porque encierra, a mi juicio, una salida interesante a este fenómeno global: “el acto de consumo del turista se produce en el lugar de producción”, nos decía Manu, es “la propia ciudad la que produce y vende”. Qué interesante! Esa es la forma académica de expresar algo mucho más sencillo que me ronda en la cabeza desde hace tiempo. Cuando construyeron hace unos años la réplica de las cuevas de Altamira en Cantabria, algunos dudábamos de la acogida que pudiera tener. ¿Quién iba a querer visitar un espacio falso a sabiendas de que lo era?. Pues, oye, muchísima gente!. Así que tras años de sesuda investigación dedicada sobre los TCMs (he llegado incluso a compartir vivencias personales con ellos) he dado con la impecable conclusión de que lo que tenemos que hacer es promover la construcción de réplicas perfectas de nuestros pueblos y ciudades a unos cuantos Km de distancia de los mismos. Esta va a ser la única forma de preservar la forma de vida de los auténticos enclaves y su evolución natural, no condicionada por especies depredadoras imbatibles. Simultáneamente, el negocio derivado de su explotación controlada permanecería intacto. ¿Qué mejor solución para salvar el barrio de Santa Cruz de Sevilla de la indudable invasión de TCMs que reconstruirlo a 15 km de la capital hispalense para su visita y disfrute por parte de todos ellos? ¿Qué mejor forma de mantener la costumbre del txikiteo en Donostia y las ganas de pasearte por el Boulevard que reproducir la Parte Vieja de la ciudad (y sus generosas barras de pintxos) en las proximidades del Jaizkibel para deleite de los miles de TCMs que pululan a diario por sus actuales callejuelas? ¿Qué mejor forma de que los parisinos vuelvan a contar con el Campo de Marte para sus expresiones amorosas que replicar junto a EuroDisney la maravillosa Torre Eiffel e incluso el propio Arco de Triunfo? Si convencemos a McDonalds y Zara para que hagan suya esta iniciativa, el éxito está asegurado. PS. Sí, lo reconozco. Es un post ligerito y hasta tiene un cierto toque clasista políticamente incorrecto. En mi descargo tengan en cuenta mi propia condición de TCM.