En medio de una vorágine de cambio en el modelo urbanístico de nuestras ciudades y entornos urbanos, se está trabajando a la carrera para conseguir que el espacio público sea más amable con el habitante y se favorezca la socialización, el confort y el contacto con la naturaleza, así como la movilidad no motorizada en detrimento del vehículo privado. Todo para que la calidad de vida y bienestar de las personas que habitan en ellas aumente y las urbes sean espacios atractivos y sostenibles para vivir. Ejemplo de ellos son ciudades como Barcelona y sus supermanzanas, París como ciudad 15 minutos o la alemana Freiburg como ejemplo de ciudad ecológica y sostenible.
Todo ello ha pasado por un replanteamiento y reformulación de lo que un entorno urbano es y debería ofrecer. Pasamos de una visión estanca y segmentada a un enfoque ecosistémico: una mirada integral y multidisciplinar que considera a todos los elementos bióticos y abióticos de un ambiente definido y las relaciones e interacciones que se dan entre sí con el fin de asegurar el equilibrio y bienestar. Es bajo esa mirada, cuando empezamos a considerar los servicios ecosistémicos que estos espacios deberían proporcionar.
Bajo esta premisa, el ecosistema que configuran los entornos escolares se presenta como un espacio de interacción que se encuentra en el camino de la transición hacia un enfoque integral que ponga en valor todas estas variables. Hablamos de un espacio clave para el cuidado de las niñas y niños al ser espacios que asumen un enorme protagonismo en sus vidas, tanto por el tiempo que permanecen en ellos, como por el papel crucial que juegan como espacio educativo y socializador, el cual se hace extensivo también a los propios vecinos y vecinas de los barrios en los que los colegios se encuentran ubicados. Y a las familias, ecosistemas laborales y generaciones futuras en última instancia; he aquí el efecto mariposa. Nos encontramos ante un claro ejemplo de un ecosistema donde interactúan una amplia gama elementos muy interrelacionados entre sí que, hasta ahora, han pasados desapercibidos en su mayoría.
Dependiendo de dónde pongamos los límites geográficos de este entorno escolar, los elementos e interacciones a considerar se amplían, diversifican y complejizan. Qué elementos los definen y su distribución en el espacio son factores que repercuten directamente en la salud y el bienestar de la comunidad y condiciona los distintos usos que se le atribuirán, como espacio de socialización, aprendizaje, lúdico, deportivo y curricular.
Además, son espacios desde donde también poder transformar e incidir en las relaciones de género que se han perpetuado históricamente desde la infancia a través de la configuración y diseño de estos patios escolares. Así, en los últimos años ha comenzado un proceso de reflexión y redefinición de estos ecosistemas complejos, intentando transformar estos espacios grises, duros y homogéneos en espacios vivos, diversos e integrados en el entorno en el que se encuentran, que fomenten las interacciones de todos los elementos que lo habitan y convertirlos en espacios promotores de salud, coeducativos y que promuevan la convivencia entre los distintos agentes de la sociedad. Así, se posicionan como espacios urbanos estratégicos a considerar en las políticas de regeneración urbana.
Los entornos escolares deben entenderse como espacios promotores de salud, deben ser entornos escolares saludables. La infancia es una etapa crucial en el desarrollo humano marcada por los continuos cambios biológicos, psicológicos y sociales que van a condicionar su salud en la infancia y la etapa adulta. Intervenir en los patios escolares y sus entornos ofrece, por tanto, una oportunidad estratégica para abordar los retos sobre salud y desarrollo infantil a los que nos enfrentamos, además de ser espacios donde fomentar la convivencia e interacción entre las distintas generaciones de la sociedad. En este concepto de salud volvemos a la importancia del enfoque integral y ecosistémico. Un espacio que ofrece salud debe considerar todas las variables que inciden en la salud, tanto física como emocional.
Hablamos por tanto de espacios integrados en la trama urbana que fomenten la actividad física, mental y el juego en diversas formas e intensidades; que ofrezcan espacios confortables térmicamente y que estén integrados en la naturaleza; que ofrezcan espacios de esparcimiento heterogéneos y agradables estéticamente; espacios seguros desde el punto de vista físico y emocional.
Poniendo el foco en el efecto de la naturaleza en la salud concretamente, son números los estudios que evidencian la importancia del contacto con la naturaleza en el bienestar físico (Dadvand et al., 2015) y emocional (Moll et al., 2022) de los niños/as. Así, la falta de este contacto con la naturaleza derivado de un estilo de vida más urbano puede conducir a trastornos por déficit de Naturaleza, lo cual nos hace más vulnerables a estados de ánimo negativos y a una reducción de nuestras capacidades atencionales (Louv, 2020). Incluso, estudios como “Childhood nature connection and constructive hope: A review of research on connecting with nature and coping with environmental” y “Green Breaks: The Restorative Effect of the School Environment’s Green Areas on Children’s Cognitive Performance” ponen de manifiesto que las escuelas con naturaleza aumentan la resiliencia de las/os niñas/os y alivian su estrés y mejoran sus capacidades atencionales. Además, se ha observado como este contacto con la naturaleza en la infancia está directamente relacionado con las actitudes proambientales.
Por tanto, a través de la intervención en una única variable (naturaleza) pero teniendo en cuenta su relación con el resto de los elementos, observamos cómo incidimos en muchos factores directa o indirectamente (confort térmico, estética, calidad ambiental, bienestar emocional y fomento de conductas proambientales entre otras, además de las educativas). Un ejemplo más para defender la necesidad de seguir repensando y transformando cada uno de nuestros ecosistemas bajo el prisma de la mirada holística. Así pues, los entornos escolares saludables se presentan como un espacio estratégico con gran potencial transformador de relaciones y conductas sociales, educativas y ambientales de nuestra sociedad.
Este es uno de los artículos incluidos en la publicación de primavera de NAIDER.
Imagen principal: Bernard Spragg. NZ, Flickr