El planeamiento urbanístico es a menudo entendido como una serie de instrumentos orientados a ordenar y transformar el uso del suelo. A través de los planes urbanísticos se conciben y articulan nuevos barrios, que están condicionados por las características que se establecen en dichos planes: a qué se va a destinar el suelo y de qué manera, cuál va a ser la tipología edificatoria, o qué forma y superficie van a tener los espacios libres y los equipamientos públicos, entre otros.
Uno de los instrumentos de planeamiento de desarrollo a escala de barrio más conocidos es el Programa de Actuación Urbanística, comúnmente conocido como PAU. Los PAU, que ejecutan la ordenación y urbanización de suelo clasificado como urbanizable no programado, tienen la capacidad de desarrollar barrios completamente nuevos en las ciudades. Algunos ejemplos son Las Tablas, Sanchinarro y Valdebebas, los tres en la ciudad de Madrid, planificados en los años 90 y caracterizados por ser enormes terrenos periféricos con manzanas cerradas, escasos bajos comerciales, avenidas infinitas destinadas al tráfico motorizado, rotondas desmesuradas y ausencia de equipamientos públicos.
Este modelo de desarrollo, basado en el crecimiento de la ciudad y en la máxima ocupación de suelo urbanizable, no era sostenible en su día, pero hoy lo es aún menos. Por una parte, se crean barrios donde se privatiza la relación social: no hay presencia de equipamientos públicos, y el modelo de vivienda cerrada favorece que el día a día se lleve a cabo de puertas para adentro. Por otra parte, se apuesta por la expansión y la construcción masiva de viviendas, olvidando que el suelo no es infinito, y que existen muchos barrios ya consolidados en riesgo de degradación y situación de vulnerabilidad que requieren intervención.
Ejemplo de estos barrios son aquellos construidos en los años 60 a lo largo del territorio estatal, destinados a albergar familias migrantes españolas de clase obrera que se desplazaban a las grandes ciudades para trabajar. Son barrios que se caracterizan por las construcciones de bloque abierto con bajos residenciales, la densidad y la ausencia de equipamientos, comercios y zonas verdes. A su vez, debido a la actividad especulativa y a la indisciplina urbanística de la época, la calidad edificatoria y la accesibilidad de las viviendas se desarrollaron de manera deficiente, resultando en viviendas sin ascensor, de escasa superficie y con severos problemas de eficiencia energética.
Además, en la mayoría de las ocasiones, las características sociodemográficas de estos barrios evidencian situaciones sociales vulnerables. Por una parte, la mala calidad edificatoria y la creación de nuevos barrios más atractivos provocan una bajada de precios en las viviendas, atrayendo a población con bajos recursos y en riesgo de exclusión social. Por otra parte, la antigüedad de los barrios da como resultado altos porcentajes de población envejecida, población cuyas viviendas no se ajustan a sus necesidades vitales debido a la inaccesibilidad física de éstas.
Algunos ejemplos de estos barrios son Las Margaritas, en Getafe, La Mina, en Sant Adrià de Besós, Zaramaga, en Vitoria-Gasteiz, Las Viudas, en Valladolid, y Las Tres Mil Viviendas, en Sevilla.
En este sentido, los instrumentos de planeamiento tienen el potencial no sólo de crear nuevos espacios, sino también de modificar aquellos ya existentes y necesitados de reformas y mejoras en pro de sus habitantes. Por ello, el papel que el planeamiento urbanístico puede jugar en esta tipología de barrios es muy relevante.
Un ejemplo de esto es el Plan Especial de Reforma Interior (PERI), que tiene la capacidad de reconfigurar y rehabilitar espacios y construcciones existentes a través de la creación de equipamientos públicos y la mejora de la circulación, entre otros.
Así, un barrio como los anteriormente mencionados podría beneficiarse de las actuaciones públicas de un PERI, incidiendo especialmente en la transformación del espacio público y dotacional, a través de la creación de nuevos equipamientos destinados a la relación social, la modificación del viario con el fin de reducir el tráfico motorizado y favorecer los modos de movilidad activa, y la transformación de espacios públicos desaprovechados en espacios funcionales y habitables.
En definitiva, los planes urbanísticos de desarrollo como los PERI, destinados a la rehabilitación de suelo consolidado, pueden ser una gran herramienta para la regeneración urbana, junto con actuaciones a escala edificio y vivienda que persigan la mejora de la accesibilidad física y la eficiencia energética1, y políticas públicas que garanticen el bienestar social de aquellas personas en situaciones de vulnerabilidad.
En la situación económica, social y ambiental en la que nos encontramos en la actualidad, regenerar en lugar de construir resulta crucial para la sostenibilidad de nuestras ciudades.
(1) Por ejemplo, los programas de ayudas a los Entornos Residencial de Rehabilitación Programada (ERRP).
Este es uno de los artículos incluidos en la publicación de primavera de NAIDER.
Imagen principal: Edurne Astaburuaga (elaboración propia)