La sostenibilidad es un concepto complejo, multidimensional y, todavía hoy, discutible y discutido. Por su parte, los sistemas de indicadores tratan de reflejar en un número limitado de datos la expresión sobre el estado de un determinado ámbito como puede ser la economía, la innovación o el mercado de trabajo. Desde hace un par de décadas, ha sido enorme el esfuerzo por establecer sistemas de indicadores (e incluso índices sintéticos) que definan la sostenibilidad.
Se dice de los indicadores que tienen una función comunicativa y de incentivación de comportamientos sociales. Siempre pienso en el IPC, un índice sintético, metodológicamente arbitrario y discutible, con un significado complejo, pero aceptado socialmente de tal forma que su aparición en un titular determina automáticamente el reposicionamiento de los individuos y las organizaciones, que toman nuevas decisiones y asumen nuevas preocupaciones o sensaciones sobre el nivel de confianza económica.
Creo que aún falta mucho para que un indicador de sostenibilidad realmente consiga ese influjo que tienen otros indicadores cotidianos (pensemos en el Euribor, el porcentaje de aumento de las ventas de automóviles, el crecimiento del PIB,….) y quizá una de las razones sea que a veces se utilizan indicadores excesivamente complejos para explicar la realidad que el concepto de sostenibilidad quiere transmitir. Para huir de esas complejidades, y para acercar las verdaderas implicaciones de la insostenibilidad del modelo actual de desarrollo, quizá convendría plantearse otro tipo de indicadores, que sean más “significativos” para el día a día.
Se me ocurren algunos de ellos:
• Cantidad de litros de agua embotellada consumida per capita.
• Porcentaje de la población infantil menor de 8 años que se duerme escuchando un cuento contado por sus padres.
• Número de microscopios y telescopios vendidos en el último año (este se lo tomo prestado a Mikel González).
• Porcentaje de la población capaz de reconocer el sonido de más de cuatro especies de aves.
• Número de políticos que tienen Walden como libro de cabecera.
• Cantidad anual consumida de antidepresivos, tranquilizantes y somníferos.
• Número de quads y motos de agua matriculados.
• Número de captaciones ilegales de agua.
• Kilómetros de cursos fluviales libres de regulación.
• Número anual de personas inmigrantes muertas en las costas españolas.
• Número de apariciones del indicador de intensidad energética de la economía en los titulares de los telediarios. • Número de personas mayores dependientes que viven solas.
• Porcentaje de la población que en el último año ha echado una siesta debajo de un árbol.
• Toneladas de hormigón utilizadas en los tres primeros kilómetros de costa.
• Distancia media recorrida por los productos frutícolas consumidos desde su lugar de producción.
• Relación entre legumbres consumidas y carne consumida per capita.
• Porcentaje de población que lleva sus propias bolsas al supermercado.
Bien pensado, todos ellos hacen referencia a cuestiones que, directa o indirectamente nos hacen más sostenibles o más insostenibles como sociedad. Quizá no valgan ni tan siquiera como cuentas satélites de contabilidad, pero quizá sí para una cuentas más humanas.