En el libro La confusión del urbanismo, Josep Oliva i Casas aborda estas cuestiones y esteartículo es una versión previa del libro. Hace años leí un libro, Breve historia del urbanismo, de Fernando Chueca, que me introdujo en estos temas, posiblemente aún sin yo saberlo. Todo un recorrido de la evolución del concepto de ciudad y los modelos existentes a lo largo de la historia. Entre ellos presentaba los modelos de la ciudad pública y la ciudad doméstica, sobre los que Oliva hace descansar la tesis de que existe actualmente una confusión conceptual y práctica en torno al urbanismo. Para un intruso como yo, leer una crítica tan feroz respecto a la profesión del arquitecto actualmente supone abrir la puerta a un mundo desconocido, pero a unos argumentos entendibles. En este caso, Oliva critica la fascinación que el mundo de la arquitectura -una parte de una tarea más global, la del urbanismo- ha tenido históricamente por la modernidad entendida en un sentido muy restrictivo. Este sentido sería el aportado por Le Corbusier, la Carta de Atenas y el Movimiento Modernista, origen de la confusión actual y de los principales desastres urbanísticos del siglo pasado. Respecto a la época de origen de aquellas ideas, el autor afirma:
Era evidente que se hacía necesario repensar a fondo la disciplina arquitectónica y es lo que hizo, muy acertadamente, el Movimiento Moderno aunque olvidara algún aspecto funcional menos aparente, por el hecho de pertenecer a lo intangible, pero no por eso menos real. En urbanismo, y por primera vez, se puso en cuestión lo que podríamos calificar de espíritu de la ciudad. El Movimiento Moderno partía de un trasfondo de mentalidad suburbana de raíz anglosajona y nórdica y con la destacada intervención del arquitecto suizo “Le Corbusier”. Pues bien, según el geógrafo inglés Peter Hall, los suizos son un pueblo obsesionado por el orden y, digo yo, con este bagaje mental no se puede enfocar el planteamiento de un organismo tan complejo como la ciudad. Incluso pienso que las ideas que movieron el nuevo enfoque urbanístico fueron, más bien, elucubraciones mentales porque se encaró el hecho urbano con una óptica sesgada y parcial y con el prejuicio de una mentalidad que, en el fondo, no acepta la ciudad en el sentido clásico del término.
No sólo eso, sino que el autor insiste en que, si bien el arquitecto suizo y sus ideas han quedado desfasados con el tiempo, la confusión ha permanecido en las prácticas de algunas escuelas y oficinas arquitectónicas, a través de una deformación profesional y académica de la arquitectura. Esa deformación incluye la fascinación por la construcción física (urbs) frente a la construcción de tejido social (civitas) que debería presidir la construcción de ciudad, deformación que ha trascendido a través de dos grandes dogmas, a saber:
- Un buen arquitecto es, necesariamente, un buen urbanista.
- La superioridad de la ciudad racionalista sobre la ciudad histórica.
Desde luego, el libro es un canto a las excelencias de la ciudad histórica, a la que el autor denominaciudad públicapara hacer bandera de la denominación aportada por Chueca, denominación que, por haber sido abandonada en las últimas décadas, ha generado precisamente esa confusión. Entender las características de la ciudad pública (histórica) me temo que es, ante todo, una cuestión estética e ideológica. La mezcla de usos, la promoción del espacio público, la continuidad espacial, la apertura del edifico a la calle, etc., son argumentos, mucho me temo, que forman parte de un marco estético o de una propensión ideológica. Lo mismo diría de la ciudad doméstica (o ciudad moderna): ensimismada hacia el interior de lo privado, funcionalista, asignadora de usos exclusivos,….
Supongo que en la búsqueda de la modernidad hemos dejado atrás los orígenes de la ciudad abierta a la ciudadanía, la ciudad mediterránea, y hemos acudido a patrones del modelo anglosajón o nórdico -que tan bien explicaba Chueca, por cierto-, y en el tránsito la profesión de la arquitectura se ha dotado de pretensiones que no están al servicio de la construcción de ciudad y de la defensa de los derechos de ciudadanía, y ciertas esferas de la profesión han renunciado a su aportación alurbanismo creador de ciudad para fijarse únicamente en objetivos más reducidos. Por supuesto, existen otras prácticas de la arquitectura, socialmente marginales (o, mejor, marginadas), empequeñecidas por la alargada sombra de los starrquitectos, pero las prácticas del día a día de mmuchas personas comprometidas con su profesión. Este mismo domingo, el semanal de El País incluía uno de esos artículos de relleno –Arquitectura de red– en forma de lista de páginas web sobre arquitectura, artículo que ha generado cierta polémica. Un artículo en el que, más allá de los términos concretos de la polémica, subyace la necesidad de dar visibilidad a las prácticas más dinámicas de muchas personas profesionales de la arquitectura real, la arquitectura de escala humana, muchos equipos, talleres y laboratorios de innovación urbana. Algo más cercano a lo que otro artículo de El País reflejaba con mayor acierto hace unas semanas: El arquitecto no es un creador solitario.
¿Será esa melancolía de la Ciudad tomada de la que hablábamos hace unos días una prueba de todo esto? La visión “campestre” que tanto defiende el Príncipe de Gales en sus disputas urbanísticas como adalid de las new towns, ¿cuánto tiene de modernidad destructora de la ciudad histórica en el fondo? Pero también, ¿cuánto hay de mitificación en la imagen que tenemos de la ciudad histórica? ¿Dónde empieza y acaba el concepto de ciudad?
Una vez más, muchas preguntas. De hecho, empiezo el post con unas peguntas y acabo haciéndome otras. Será que no encontrarás nunca muchas respuestas aquí. Sólo una se me ocurre tras leer el libro: la batalla de la estética está detrás de todo esto, y la estética es ideología. algo que, coincidencia, ilustraba bien Paul Krugman en una columna tituladaMetropolitan macho, que terminaba así:
But it’s an aesthetic thing: conservatives seem deeply offended by anything that challenges the image of Americans as big men driving big cars.
Me, I like dense urban areas. But I’m a pointy-headed intellectual. And bearded, too.
Eso sí, no pienso tirar del hilo de la teoría entre la ideología y la estética, la forma y el fondo y esas cosas que se me escapaban, como siempre. Simplemente no tengo tiempo y, total, ya está dicho y a mí se me escapa el tema. Pero retomadlo por otros lados si hace falta.
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