Algunas de las mayores empresas tecnológicas del mundo, entre las que se encuentran Microsoft, Samsung o Intel, han constituido este pasado mes de febrero la “Open Connectivity Foundation” (OCF), una alianza creada para desenmarañar el Internet de las Cosas. Es decir, crear unos estándares comunes para el Internet de las Cosas (Iot), de modo que los aparatos puedan comunicarse y trabajar entre sí a la perfección, sin importar la compañía que los haya desarrollado, su sistema operativo, o chipset.
Sin embargo, la OCF no cuenta con el apoyo de ninguna de las dos empresas más importantes en este campo: Google y Apple. Apple tiene su propio protocolo HomeKit para domótica, mientras Google trata de conseguir lo mismo que la OCF con el protocolo de comunicación Weave y el sistema operativo Brillo.
Si se mantiene la fragmentación y la complejidad actual en el ecosistema del IoT, y cada compañía sigue preocupada por mantener al usuario dentro su plataforma, la implantación real del Internet de las Cosas seguirá ralentizándose. Por un lado, porque los usuarios no van a decantarse por un protocolo arriesgándose a equivocarse (como quién compraba un reproductor Betamax antes de saberse que se impondrían el VHS). Y por otro lado, porque si los aparatos de distintas marcas no pueden comunicarse entre sí y con nuestro smartphone, el potencial transformador del IoT no se habrá desarrollado por completo.