La disminución de los ingresos públicos, los compromisos de déficit pactados con la Administración Central y el incremento automático de los gastos sociales por la precariedad de la crisis que está dejando sin empleo a muchas personas obliga a un replanteamiento global de la política presupuestaria del conjunto de las administraciones públicas para cuadrar sus cuentas.
Las necesarias políticas de contención del gasto, los ya famosos “recortes” tienen que responder, sin embargo, no sólo a la prioridad de “recortar” en sí misma, sino a una clara y firme asignación de prioridades políticas que permita discriminar con criterio unas partidas sobre otras, lo cual debería venir acompañado de propuestas dirigidas a una intensa mejora de la eficiencia y la eficacia de la actuación pública para mejorar el impacto de sus inversiones .
En el caso de la innovación y la I+D, se advierte una importante esquizofrenia entre el discurso político que parece indicar que este ámbito sigue siendo una importante prioridad pública -así lo atestigua el recientemente aprobado, Plan de Ciencia, Tecnología e Innovación 2015 que se marca como objetivo alcanzar una inversión global en I+D del 3% sobre PIB en 2015- y la terca realidad que muestra que vamos justo en la dirección contraria, invirtiendo menos que nunca y rompiendo con la tendencia emprendida hace más de una década.
Según datos de EUSTAT, 2011 es el primer año en el que la inversión en I+D sobre PIB disminuye en el País Vasco desde 2001, pasando del 2,08% al 2,04%. Además, en este último año se produce una caída de la inversión pública de casi el 3% que rompe con la tendencia creciente de los últimos 10 años en los que la inversión de las Administraciones Públicas en el País Vasco para financiar I+D había crecido a una tasa media interanual del 12%. Por otro lado, es más que probables que los datos del recientemente acabado ejercicio 2012, confirmen cuando estén disponibles este cambio de tendencia y acentúen aún más el retroceso de la inversión en I+D.Se pueden buscar todas las excusas que se quieran y alegar que la crisis impide dedicar mayor esfuerzo en este campo a pesar de su importancia, pero esta forma de actuar denota una gran debilidad estratégica porque no sólo es que haya menos fondos, sino que nos rendimos a la inercia y las urgencias y se recorta en las partidas más abultadas y con mayor potencial de ahorro económico, independientemente de su importancia estratégica. Así se explica, por ejemplo, que iniciativas muy singulares para el impulso de la ciencia, la tecnología y la innovación en el País Vasco se estén quedando, en la práctica sin fondos.
No podemos desertar de nuestras responsabilidades y permitir que la coyuntura nos aparte de la senda de la innovación o lo que es peor amortice y deje sin valor las inversiones ya realizadas. Porque con la crisis y también cuando esta pase, Euskadi tiene el gran reto de la innovación para que sus empresas puedan competir globalmente. En la práctica, el único modo de romper con las urgencias presupuestarias es establecer instrumentos que garanticen los compromisos de largo plazo aislándolos de la coyuntura económica y de los dilemas presupuestarios.
Necesitamos garantizar los recursos e implicación social para sumar fuerzas y comprometer al país en las inversiones públicas y privadas que se precisan para transformar el tejido productivo y avanzar hacia una industria avanzada, innovadora e intensiva en conocimiento.
El debate sobre la reforma fiscal en el País Vasco está abierto con posturas enfrentadas sobre la conveniencia o no de incrementar los impuestos y también sobre qué grupos tiene que recaer, en su caso, la presión fiscal adicional. Mi postura a este respecto es bastante pragmática y apuesta por subidas de impuestos finalistas destinados a financiar proyectos de investigación e innovación empresarial que motiven a los agentes a invertir en innovación, premiando a los más activos en esta materia.
Y es una postura de orientación práctica porque sin este tipo de instrumentos las inversiones de largo plazo sucumbirán necesariamente, frente a las urgencias que imponen los gastos y necesidades corrientes, por mucho que en los discursos quede muy bien otorgarles una elevada prioridad y se diga justo lo contrario.