Dentro de tres días comienza la que podría ser la cumbre internacional más importante del siglo: la cumbre de Copenhague. En ella, mandatarios de todo el mundo negociarán nuestro futuro. Y lo harán como si de un juego se tratara, apostando por una estrategia u otra dependiendo de lo que piensen que va a hacer el contrario. De momento, el único bloque que ha mostrado sus cartas de forma clara ha sido la Unión Europea que hace ya algún tiempo se comprometió a reducir sus emisiones un 20% para 2020 (30% si otros países desarrollados asumen compromisos). Los dos mayores emisores del mundo – China y Estados Unidos – aún no han mostrado sus cartas. Hace poco menos de una semana ambos países lanzaron un órdago a la comunidad internacional al anunciar poco menos que sabotearían la cumbre, aunque poco después convirteron ese órdago en un envite a la mayor. Así las cosas, se llega a Copenhague en una situación de incertidumbre. Cuál será el resultado es una incognita. El día 18 lo sabremos. Hagan sus apuestas.
Yo ya he hecho la mía… y aunque no me guste, me inclino a pensar que saldremos de Copenhague sin un acuerdo sólido que ofrezca garantías para que todos los países unamos fuerzas para reducir nuestras emisiones en una cantidad suficiente. Y después vendrán los lamentos y comenzaremos a analizar qué ha hecho fallar el proceso y empezaremos a negociar de nuevo…