La transición ecológica ya está en marcha. Aunque la situación sanitaria ha eclipsado la crisis climática, no ha conseguido relegarla como hizo el desplome financiero a principios de siglo. La crisis climática ya no es una tarea postergable y la administración pública cada vez es más consciente de ello. El medio ambiente está saliendo de las políticas sectoriales y transciende más allá de la concienciación y la educación ambiental. Hoy, la política ambiental ya ocupa lugares de relevancia dentro de los equipos de gobierno. Un ejemplo es la nueva consejería de desarrollo económico, sostenibilidad y medio ambiente del Gobierno Vasco o la Vicepresidencia tercera de Transición ecológica del gobierno estatal.
Pero como dice el refranero popular, no todo el monte es orégano. A pesar de los avances, a la sociedad civil, a la academia y también a la empresa, nos toca seguir siendo críticos y estando atentos a esta transición que hoy ya está en marcha. Además de celebrar el cambio de rumbo y el aparente impulso de financiación que la transición ecológica va a recibir con los fondos europeos Next Generation, también hay que estar vigilantes a que la transición sea real y justa (ver artículo).
La economía verde si bien es mejor que la economía contaminante, no está exenta de impacto ambiental. La transición ecológica no se entiende sin una transición energética. Y es ésta precisamente un buen ejemplo de porqué hay que seguir estando vigilante. La transición energética no puede limitarse a transitar de la generación de energía mediante fuentes fósiles a generarla mediante fuentes renovables.
Ya son cada vez más frecuentes las voces que se alzan para poner sobre la mesa las problemáticas ambientales derivadas de las energías renovables o de la electrificación del vehículo privado. Las represas de las centrales hidroeléctricas han sido foco de conflicto local en varios territorios del mundo durante décadas. Una infraestructura de producción de energía renovable no tiene por qué ser socialmente justa ni medioambientalmente sostenible por el simple hecho de producir energía que genere menos emisiones de efecto invernadero que una central de carbón o ciclo combinado.
Lo que se ve claro con la hidroeléctrica, se esconde mejor en la energía solar o en la eólica. Un estudio publicado en Nature afirma que la minería necesaria para la producción de más materiales para la producción de tecnologías renovables supone riesgos para la biodiversidad. Se expone que “sin una planificación estratégica”, estas nuevas amenazas a la biodiversidad serán mayores incluso que las evitadas con la mitigación del cambio climático.
Y no solo la producción de dichas tecnologías tiene impacto. También impactan en el medio durante su uso, un ejemplo de ello son los molinos eólicos en las cordilleras y las granjas solares en las zonas agrarias. Su impacto sobre el paisaje es considerable, y también impactan sobre la fauna local, especialmente avifauna. Y si bien estos impactos sí han sido comentados mas de una vez y han existido plataformas ciudadanas y ecologistas que lo han denunciado, de lo que no se habla tanto es sobre los residuos generados. Aun queda camino que recorrer para hacer que la industria de la generación de energía renovable sea realmente sostenible. Tanto los materiales que componen las placas fotovoltaicas como las palas de los molinos eólicos son de difícil desensamblaje lo cual impide la recuperación y reciclaje de los materiales utilizados. Hoy esos residuos no tienen mayor destino que los vertederos, aunque ya se está investigando para dar salida a dichos residuos.
Por otro lado, la demanda mundial de electricidad aumentará en un 60 por ciento en los próximos 20 años, según indica el informe de BloombergNEF (New Energy Outlook 2018). Esto lleva a reflexionar que existen dos salidas de esta encrucijada. Por un lado, hacer sostenible social y ambientalmente la industria de las energías renovables y por otro reducir el consumo energético. Aquellos que creemos en que antes de la invención del ascensor era necesario construir escaleras en los edificios, no podemos permitirnos esperar a que la tecnología nos salve a todos.
La transición energética tendrá que asumir las dos estrategias. Si bien es cierto que toda la energía que se consuma en el futuro ha de ser procedencia renovable, no se tiene porque seguir aumentando el consumo energético.
Hoy parece que el ascensor ya está inventado, y que, además, cada vez son más los edificios que los instalan. Ahora toca darnos cuenta de que, aunque esté ahí, y su utilidad resuelva los problemas de accesibilidad de algunos, el resto podemos seguir usando las escaleras y así reducir la factura que terminaremos pagando entre todos y todas.
Aitor Mingo Bilbao
MSc en Ciudades Sostenibles
NAIDER