Los centros tecnológicos españoles están experimentando un importante proceso de reestructuración y lo que parecía virtualmente imposible como los cierres o los procesos de fusiones y adquisiciones de centros tecnológicos, empieza a verse como algo bastante habitual (ver aquí o aquí).
Alguien podría argumentar que estos procesos son consecuencia directa de los recortes en los fondos de I+D+I de la Administración General del Estado y las Comunidades Autónomas y de la crisis económica, pero en mi opinión, y sin negar que estos factores tengan impacto en el proceso, creo que la reestructuración del sistema tecnológico responde a las exigencias de adaptación que imponen las condiciones reales del mercado de la tecnología y la innovación.
La mayoritaria presencia de empresas en sectores de baja intensidad tecnológica y relativamente escasa competencia internacional estaba en el origen de una demanda tecnológica y de innovación muy poco sofisticada que en la mayoría de los casos se limitaba a adaptar tecnología ya probada y a mejorar los procesos productivos. En este contexto, los centros tecnológicos españoles jugaban un papel fundamentalmente “público” ampliamente justificado, por un lado, por su gran contribución en la dura tarea de sensibilización de las empresas sobre la importancia de la innovación y, por otro, por ser capaces de cubrir las demandas empresariales de servicios de I+D+I (los ensayos, los chequeos tecnológicos, los proyectos de I+D, o la formación especializada entre otros ) que no estaban satisfechas ni por el mercado ni por otros agentes como las universidades y los centros de investigación tradicionalmente muy alejados de las necesidades del tejido empresarial.
Sin embargo, la creciente apertura, fundamentalmente en el sector industrial, a la competencia global ha ido cambiando progresivamente este escenario. En primer lugar, muchas de nuestras empresas tractoras cuentan con plantas de producción en distintos países y desarrollan complejas estrategias de innovación que integran una conceptualización global del negocio y que son la clave principal de su competitividad. En segundo lugar, de estas empresas tractoras cuelgan numerosos suministradores que se ven obligados a marcar estándares globales y sofisticar el concepto de innovación y eficiencia operativa en términos de mejoras notables de calidad, rapidez de respuesta, adaptabilidad y flexibilidad y, por supuesto, mejoras en las condiciones económicas de sus productos y servicios. En tercer lugar y como consecuencia de lo anterior, en muchos sectores las soluciones de competitividad no pasan sólo por la innovación tecnológica, sino por planteamientos empresariales innovadores que tienen que ver con cambios radicales en los modelos de negocio de las empresas. Finalmente, es necesario tener en cuenta que en los últimos años el sector de servicios avanzados se ha desarrollado notablemente en España y han aparecido numerosas empresas que prestan servicios diferenciales en el campo de la innovación y la tecnología y que ocupan buena parte del hueco cubierto anteriormente por los centros tecnológicos en este campo.
En este nuevo contexto, los centros tecnológicos españoles están encontrando notables dificultades para definir su posicionamiento estratégico y su aportación de valor al tejido empresarial. Por un lado, resulta complicado que ésta pueda quedar justificada en base a su función pública de soporte a la innovación del tejido productivo y más en los tiempos de crisis actuales en los que se exige de un modo creciente y generalizado que sean las empresas las que financien un porcentaje elevado y creciente de su inversión en I+D+I.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que los centros ya no compiten exclusivamente con otros homólogos de la región o de su entorno más próximo sino que rivalizan globalmente con otros centros tecnológicos y de investigación, Universidades y empresas tecnológicas en un mercado cada vez más globalizado de la tecnología y la innovación. Las empresas eligen aquellos que les ofrecen las soluciones integrales con visión global y de primer nivel tanto de la tecnología como de la empresa y el mercado, independientemente de su ubicación.
Todo ello exige una profunda reflexión en los centros tecnológicos para elegir un camino estratégico diferenciado que marque la personalidad del centro, bien apostando por ganar masa crítica y presencia internacional, bien dirigiendo los esfuerzos hacia la especialización científico tecnológica y trabajo de nicho en el que se puedan ganar excelencia y diferenciación.
Y este no cabe duda será, está siendo, un camino tortuoso, complicado y que exigirá una profunda transformación del sistema de centros tecnológicos tal y como lo conocemos en la actualidad.
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