8690178276_21573c890e_nBasta una cifra para ser conscientes de lo desolador de nuestro panorama económico:6.202.700 parados. Nuestra economía está literal y progresivamente descomponiéndose en una crisis que empezó hace más de 5 años con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, y tiene todos los visos de perpetuarse entre nosotros.

Ante esta gran debacle social, asistimos impasibles a un gran circo social en el que las distintas “tribus” muestran su catálogo de “recetas” para atajar los grandes males que nos aquejan y ninguna parece que dé realmente en el clavo. Por un lado está la tribu de los “miopes fantasiosos“: sólo abogan por consolidar las deudas del sector público, recortando sus gastos sea como sea. Son fanáticos de lo privado y confían ciegamente en el mercado. Por supuesto, todo lo público les da auténtica grima y quieren reducirlo a la mínima expresión. Yo les califico como miopes, porque no ven más allá de los síntomas y fantasiosos porque confiar en el funcionamiento del mercado en España, es como creer en los Reyes Magos. ¿Pero alguien realmente maduro puede confiar en que saneando las cuentas públicas, conseguiremos salir del páramo en el que estamos?

Por otro, están los que, además de sanear las cuentas públicas demandan un mejor funcionamiento de los mercados con la confianza de que si estos se comportan bien, serán nuestra catapulta de futuro. De este modo nos proponen, prescritas desde Europa, las ya archiconocidas reformas estructurales. Desde la cruda realidad y, por supuesto, simplificando: salvar el culo a los bancos a cualquier precio, facilitar el despido a las empresas, alargar el plazo de jubilación, reducir el sueldo a los funcionarios, dar un plumazo a las renovables, recortar el gasto en educación y sanidad y dar limosna a los emprendedores… Yo les llamo la tribu de los “ortoflojos sorprendidos“. En el camino de la ortodoxia del liberalismo clásico, se quedaron por el camino. Lo más curioso es que están sorprendidos de que nuestra economía no repunte. Si con estas medidas hubiese rebrotado no sería ortodoxia, sería milagro.

Quizás sea una subtribu de la anterior o quizás no, pero sí es cierto que tenemos otro grupo de “ortodoxos estrictos” que confían en el mercado y que argumentan que las reformas no están funcionando, porque no se han hecho como mandan los cánones. Parte de razón tienen, porque es cierto que ha faltado mucha convicción y liderazgo en las reformas, pero me temo que ni los mercados más eficientes serían capaces de rellenar el socavón que nos ha dejado la economía especulativa en la que vivíamos.

Existen también muchas otras “tribus de indignados” que denuncian las innumerables inmoralidades de un sistema injusto y en crisis, pero me temo que su falta de organización y su patente carencia de poder, les deja con un papel muy secundario y muy pocos les tienen realmente en cuenta más allá del morbo momentáneo que generan sus actuaciones reivindicativas en el espacio público.

En la actualidad está cobrando fuerza en toda Europa una numerosa y hasta hace poco muy denostada “tribu keynesiana” que reclama con insistencia “políticas de crecimiento” que, siguiendo el espíritu del gran economista británico y a la ola del éxito relativo de las políticas de Obama, aboga por incrementar el gasto público para despertar la economía real. Me temo, sin embargo, que en la situación actual este tipo de políticas macroeconómicas en las que no se detallan las prioridades de gasto y, sobre todo, cómo se pueden pagar, es poco más que “hablar por no callar”. No cabe duda, sin embargo, que están movilizan un renovado debate social en el que se reclama un reforzado liderazgo público con vocación de intervenir pro-activamente en la economía. En esta dirección va la alternativa de mi pequeña tribu que seguramente quedará bautizada como la de los “ilusos penitentes“. Creemos firmemente que hay una salida y que podemos salir del pozo si realmente nos ponemos a ello con decisión y empezamos desde ya a construir un futuro diferente. De entrada, consolidación fiscal y recortes son palabras excesivamente gruesas. Sin duda hay que recortar y no sólo de lo superfluo y lo que no funciona lo cual no tiene discusión, sino de todo aquello que pueda ser prescindible en un análisis serio de priorización y rentabilidad social. Y esto es así porque la explosión de la burbuja nos ha convertido en una sociedad más pobre que no puede pagar muchas cosas que antes sí podía.

Pero para muestra tribu, los recortes sólo tienen sentido si se utilizan y sirven para poder invertir con decisión y más que nunca en los dos únicos motores que, a nuestro juicio, nos pueden sacar de ésta con una cierta solvencia: la educación y la innovación ambos estrechamente unidos entre sí. Estas son las dos grandes reformas estructurales que precisamos y en las que tenemos que focalizar nuestro esfuerzo, capacidades y entusiasmo. Nuestro país tiene que dejar de hablar y pensar en recortes para dar paso a la creatividad e ilusión para forjar proyectos ilusionantes que crean futuro.

La primera, reformar el sistema de enseñanza de arriba abajo para que a nuestros niños y jóvenes les enseñen los mejores y más preparados. Para que nuestras escuelas realmente motiven y premien la excelencia de sus pupilos y les doten de iniciativa y capacidad de emprendimiento. Para que nuestros alumnos salgan de las escuelas sabiendo realmente idiomas y con experiencia internacional. La segunda, transformar radicalmente nuestro sistema de ciencia, tecnología e innovación que está completamente obsoleto. Necesitamos abandonar conceptos trasnochados que enfocan la investigación como una realidad aislada de los problemas económicos y sociales reales y apostar por construir un ecosistema de innovación que mire al mercado de frente y sin complejos convencido de que la buena investigación es la que aporta valor real a la sociedad en la que se desenvuelve.

Educación e investigación son el binomio de una nueva sociedad que apuesta decididamente por las personas y su talento como motor de desarrollo. Y todo esto precisa mucho liderazgo y muchos fondos públicos y privados, que habrá que sacar de donde sea.