La crisis nuclear abierta en Japón como consecuencia del terremoto y posterior tsunami del día 11 de marzo ha marcado un punto de inflexión en el debate internacional sobre esa fuente de energía. Para la industria nuclear ha sido un golpe muy duro en un momento en el que creía mejorar su aceptación en la opinión pública. Los gobiernos que de manera acrítica y en ocasiones poco responsable han apostado estos años por dar nuevo impulso a la energía del átomo han de enfrentar ahora a sus opiniones públicas con la endeblez de los argumentos sobre su seguridad. Three Mile Island, 1979, Chernóbil, 1986, Fukushima, 2011, han demostrado que la energía atómica es consustancialmente insegura. La nuclear supone solamente el 6% del total de la energía primaria mundial y un discreto 17% en la generación eléctrica. De manera ordenada, planificada e inteligente se puede y se debe cambiar. No compensa soportar esa amenaza sobre nuestra seguridad.
El debate nuclear se inscribe en el más amplio del modelo energético. El petróleo es el combustible que literalmente mueve el mundo. Supone el 37% de la energía primaria, por delante del carbón, el 25%, y el gas, 23%. Los recientes acontecimientos en los países árabes y su repercusión directa en el mercado del crudo han puesto en evidencia la situación de dependencia y vulnerabilidad de la economía española. Las tensiones actuales en dicho mercado se inscriben en una corriente de fondo que es preciso leer adecuadamente.
El sistema energético global ha entrado desde hace dos décadas en una fase de transición, tanto en lo que se refiere al tipo de combustibles y su procedencia geográfica, como en lo referente a la búsqueda de fuentes de energía más limpias. El potencial de transformación geopolítica, económica, tecnológica, de esa transición es extraordinariamente importante (Global Trends 2025. National Intelligence Council). Ello obliga a España a dotarse de una visión y una estrategia a largo plazo, 2050, plenamente alineada con Europa, que le permita reducir su dependencia y vulnerabilidad energética, al tiempo que fortalezca su posición en la pool position de los países que están protagonizando lo que se ha dado en llamar la tercera revolución industrial, que se basará en la eficiencia radical, las energías renovables y la generación distribuida, con el gas (no la nuclear) como apoyo en la transición.
Las señales de disfuncionalidad del modelo energético resultan evidentes. En primer lugar, la desestabilización internacional debida a la confrontación abierta por el control del petróleo. Así, desde 1990 se han producido dos guerras en Oriente Medio, Kuwait e Irak, motivadas por el control del crudo, además de numerosos conflictos locales. La actualguerra de Libia no es por el petróleo sino para evitar que un dictador enloquecido masacre a su propio pueblo.
En segundo lugar, el creciente agotamiento físico de los recursos petrolíferos convencionales. La Agencia Internacional de la Energía en su informe Energy Outlook 2010 señala que la producción de petróleo convencional alcanzará una meseta en torno a los 67-68 millones de barriles diarios en 2020, pero nunca volverá a alcanzar el máximo de 70m/b diarios de 2006. Por supuesto, siguen existiendo reservas pero son cada vez más inaccesibles, por tanto más caras de extraer, y buena parte de ellas son de las denominadas no convencionales, mucho más contaminantes. Estudios recientes estiman que, mientras en 1997 bastaban 1000 dólares de inversión para obtener 350 barriles de crudo, hoy día de se precisan 7.000 dólares para obtener el mismo resultado. La curva de precios del barril de Brent indica que desde 1997-1998 hay una tendencia de fondo hacia el encarecimiento progresivo del crudo, habiendo pasado desde los 15 dólares en 1998 a los 148 dólares diez años después. Como consecuencia, se producen cuantiosas transferencias de renta de los países consumidores a los productores.
En tercer lugar, el mercado de petróleo es todo menos un mercado abierto, liberalizado, transparente, capaz de asignar de manera eficiente los recursos a través de los precios. Hoy día, más del 80% de las reservas conocidas están en manos de compañías estatales. Y es que el petróleo y el gas no son solamente commodities que se comercian en los mercados, son vectores de poder geopolítico. A ello hay que añadir el alto componente especulativo existente en el mercado del petróleo que acaba distorsionando la dinámica de formación de sus precios.
Finalmente, la crisis del clima. El actual modelo energético basado en la combustión de energías fósiles ha puesto en marcha un proceso de cambio climático global. La comunidad científica lleva alertando desde 1990 de los riesgos de desestabilización del clima en el caso de que se sigan acumulando en la atmósfera emisiones de gases de efecto invernadero. El año 2010 ha sido el más caluroso y húmedo desde 1880. La combustión masiva de carbón, petróleo y gas conduce inexorablemente a franquear los umbrales de seguridad, 2º C, identificados por la comunidad científica, adentrándonos en un escenario climático de muy alto riesgo.
Así lo ha entendido la Unión Europea quien lidera los esfuerzos de la comunidad internacional por avanzar hacia una economía de bajas emisiones de carbono, sentando las bases tecnológicas, económicas, industriales, sociales y ambientales de la tercera revolución industrial. En términos de empleo, en la Unión Europea más de un millón y medio de personas trabajan en el sector de las renovables y se espera que en 2020 se alcancen los tres millones.
En mitigación de emisiones, Europa presenta resultados muy significativos. En el año 2010 fueron un 17% menores que en el año de referencia, 1990, sobrepasando los compromisos del Protocolo de Kioto. Se ha dotado de una política integrada sobre energía y clima en el horizonte 2020 y, recientemente, la Comisión ha presentado una propuesta a largo plazo, Road Map 2050, que propone una senda eficiente para alcanzar una mitigación del 80-95% en 2050, atendiendo al compromiso aprobado por los Jefes de Estado y de Gobierno en 2009.
En ese marco de referencia, España se enfrenta al reto de articular una estrategia a largo plazo, 2050, que le permita situarse en el grupo de países europeos que lideran esa transición. El punto de partida tiene debilidades notables, pero también fortalezas importantes. Importa 440 millones de barriles de petróleo al año, lo que al precio actual significa una transferencia directa de rentas de 50.000 millones de euros anuales. La dependencia en energía primaria alcanza el 80% y la eficiencia energética de su economía sigue siendo baja – un 12% menor que la media comunitaria de la UE-27. Ahora bien, por primera vez en los últimos 250 años España es actor relevante en una transición del modelo energético internacional. Es el cuarto del mundo en potencia eólica instalada y las renovables han alcanzado una posición estructural en el mix de generación eléctrica aportando en el año 2010 el 35%. Lo que es igualmente importante, ha generado un avanzado tejido industrial y tecnológico con proyección exportadora de alcance global.
Esto ha sido posible gracias a un marco regulatorio que, más allá de problema puntuales, ha sabido primar a las diferentes tecnologías en su recorrido por la curva de aprendizaje. Las primas anuales a las renovables se sitúan en torno a los 4.700 millones anuales, por debajo de los 6000 millones que le cuesta a la economía española un incremento de 10 dólares el barril de petróleo. Socialmente el apoyo de la ciudadanía a esas tecnologías es muy mayoritario. Las renovables son el camino, incluyendo en el medio y largo plazo la electrificación progresiva del sistema de transporte.