1513700621_f76d1b447dSiento pasión por el mar. Pienso que los que nacemos cerca del inifinito azul estamos tan profundamente impregnados por su presencia que no podemos alejarnos del agua durante periodos demasiado largos. Siento lo mismo por el sol, pero mi amor por el mar va más allá porque al fin y al cabo, todos los seres vivos del planeta se han sentido cerca del sol. Todos, más o menos frecuentemente hemos vuelto la cabeza hacia el sol para dejarnos acariciar por ese susurro de paz y calor que nos hace cerrar los ojos y abandonarnos durante segundos.

No sucede lo mismo con el mar. Hay millones de personas que morirán sin ver el mar. Sin verlo de verdad. Y digo “de verdad” porque una fotografía no basta. El mar hay que sentirlo, hay que olerlo, hay que vivirlo. Y me siento afortunada. Mi posición geográfica y económica me permitirá enseñar a mis hijos el mar. Redescubrir con ellos el olor a sal, sentir como escuecen las heridas, explicarles por qué flotamos, ver la expresión en su cara cuando se pasen la lengua por la boca y descubran que es agua salada, abrazarlos cuando la primera ola les sorprenda… serán sin duda momentos que no olvidaré. Pero no puedo evitar preguntarme si podré dejarles en herencia ese tipo de momentos para cuando ellos tengan sus propios hijos. Tarde o temprano tendremos que contarles por qué hemos permitido que el océano se convierta en un vertedero o cómo hemos llegado a tener una lista roja de especies que están en peligro crítico de desaparecer que tendrán que ver en foto.

Y tendremos que contar también que hubo una cumbre de Copenhague, en la que se reunieron líderes mundiales para intentar ponerse de acuerdo acerca algo que se me escapa de las manos y que llamaron Cambio Climático, cuando la cuestión principal, la que debería quitarnos el sueño a todos y especialmente a los que nos representan sigue siendo la misma que Severn Suzuki defendió en allá por año 92 (18 largos años…) en laCumbre de la Tierra de Rio de Janeiro.

Os dejo con ella.