fuenteEl Sistema Universitario vasco ha experimentado un desarrollo muy importante a lo largo de los últimos 25 años. Con la transición se produjo, de hecho, una transformación radical del paisaje científico-universitario.

Con el autogobierno vasco se produjo, de hecho, una transformación radical del paisaje científico-universitario de nuestro país. A finales de los 70, en la C.A. del País Vasco, el entorno universitario iba poco más allá de lo que aportaban la Universidad de Deusto y algunos institutos politécnicos y otras escuelas universitarias dispersas con mayor o menor peso.

Hoy día, las infraestructuras de la CAPV suman una gran Universidad Pública (la Universidad del País Vasco, fundada en 1980, 65.000 estudiantes), dos Universidades privadas (15.000 estudiantes), tres centros de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, así como alguna Escuela politécnica de Universidades radicadas en otras Comunidades Autónomas.

Este importante proceso de crecimiento ha podido satisfacer las necesidades derivadas de la fuerte presión demográfica, especialmente en los años 80, así como de la necesidad de extender el acceso universal a la Universidad en función del mérito intelectual y las intereses de las personas (art 26.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), dejando, por fin, atrás barreras de tipo económico y geográfico que, históricamente, habían impedido a la juventud vasca acceder a la educación superior.

Pero esta etapa parece haber llegado ya a su fin y emerge un nuevo periodo en el que el sistema universitario tiene que liderar el avance del sistema científico-tecnológico en el proceso hacia una sociedad del conocimiento, convertirse en el principal nido de ideas y emprendedores y ser un nodo crucial de la atractividad de personas con talento. Ninguna de estas funciones son, en la actualidad, lideradas por nuestras universidades.

El empuje institucional del Sistema Vasco de Innovación, de hecho, se ha volcado claramente en la consolidación de sus capacidades tecnológicas y es bien conocida la potencia de su entramado de Centros Tecnológicos (con independencia de los nuevos enfoques que también deban guiar a estos organismos para una mayor eficacia del dinero público que gestionan).

Este núcleo central de la Red Vasca de Ciencia, Tecnología e Innovación se ha fortalecido, además, en los últimos tres, cuatro años con la configuración de una nueva figura: los Centros de Investigación Cooperativa (CIC). Estas nuevas instituciones surgen para dar respuesta a la necesidad de generar conocimiento de excelencia en áreas consideradas estratégicas para nuestro sistema económico (las biotecnologías, las nanotecnologías o la fabricación de alto rendimiento, son algunos ejemplos).

El CIC Biogune, estandarte de la apuesta del Gobierno Vasco por el sector de las biociencias es (con los primeros resultados en términos de productos comercializables y creación de empresas) un ejemplo de buena gestión y de investigación de alto nivel. Pero sobre todo lo es de rapidez y eficacia política. En muy poco tiempo se ha conseguido atraer hasta Euskadi a un nutrido grupo de investigadores de primer nivel internacional.

La clave: tener un proyecto de acogida atractivo, dotado de medios y bien dirigido y un arrope institucional y presupuestario claro. Su hermano menor el CIC Biomagune parece seguir la misma senda de profesionalidad, altura de miras y contribución a la generación de riqueza.

De seguir por este camino, estamos quizás a las puertas de consolidar en Euskadi un pequeño CSIC de alto nivel que permita dar respuesta desde la Ciencia a la necesidad de crear sectores productivos nuevos basados en conocimiento. Todo esto está muy bien y animamos a los responsables políticos a que sigan racionalizando el sistema y apostando por aquellas instituciones del conocimiento que más valor aporten a la sociedad. Pero, simultáneamente, nos entra la gran duda o, mejor, la gran preocupación.

¿Y qué va a pasar con la Universidad? ¿Va a permanecer al margen de todos los desarrollos estratégicos del país? En una sociedad y en una economía del conocimiento donde todos los analistas reclaman el papel central del sistema universitario, en Euskadi seguimos sin creérnoslo del todo. No hace falta sino acudir al esfuerzo en I+D realizado por el sistema científico-universitario (HERD) para darnos cuenta de la realidad: en términos de gasto en I+D por habitante, la media europea, es un 35% superior al esfuerzo de la CAPV y algunos países (como Suecia) cuadruplican ese esfuerzo (CAPV: 58,1 タ/hab; Suecia: 208 タ/hab).

Los resultados (en términos de publicaciones, patentes o creación de nuevas empresas de base científico-tecnológica) tampoco son nada halagüeños y la principal institución universitaria, la Universidad del País Vasco, salvo unos pocos valiosísimos investigadores y grupos, no parece que pueda llegar a constituirse en los próximos años en esa Universidad de vanguardia; generadora de actividad económica y acogedora de los cientos de investigadores de alto nivel que necesita este país para avanzar en su proceso de migración hacia una economía de conocimiento.

Ojalá estemos equivocados los que pensamos así, pero me temo que, aún suponiendo un incremento espectacular de sus recursos financieros, dadas las dimensiones de esa institución; las rigideces burocráticas;  los enormes problemas estructurales que aún arrastra; la baja calidad (en términos generales) de sus resultados científicos y el alejamiento de la realidad empresarial vasca van a hacer que la UPV-EHU necesite quince o veinte años (lo que no es nada, por otro lado, en la historia de una Universidad) para situarse en la primera fila de la vanguardia europea.

¿Y qué hacemos mientras tanto? Una opción es ir fortaleciendo el resto del Sistema de Innovación y esperar a que la UPV, paso a paso, alcance ese nivel que se le exige. Habremos perdido una década preciosa y, probablemente, la mayor parte de las oportunidades que presenta hoy la economía del conocimiento y que otros, más hábiles, habrán sabido aprovechar mejor. Otra opción, atrevida pero más que razonable, sea estudiar la posibilidad de completar el panorama universitario vasco con la creación o atracción de un nuevo agente universitario en nuestro país, más pequeño, más especializado, más ágil.

Existen distintas opciones. Para nuestro caso, no nos parece muy descabellado a algunos que Euskadi se plantee, por ejemplo, invitar a alguna Universidad de primer rango internacional y probada solvencia en términos de outputs científicos y creación de riqueza a que establezca en Euskadi su sede regional europea. Hablamos de uno (o varios) campus de tamaño pequeño o medio que aglutinen capacidades científico-universitarias de primer nivel. Dado el impacto científico y económico de los mismos, se podría pensar, en principio, en un conjunto coherente (con el Plan de Competitividad y el Plan de Ciencia y Tecnología) de programas de Tercer Ciclo que aglutinara, pongamos, a 300 o 400 investigadores (entre staff y doctorandos) bajo el auspicio de un Harvard o un MIT. Serían, en el fondo, nuestros Guggenheims universitarios.

Ya sé que, a algunos, hablar de tener una nueva institución universitaria en Euskadi puede ponerles muy nerviosos y, quizás, hasta no sea políticamente correcto comentar esta opción cuando vemos que el Campus de Leioa de nuestra universidad pública poco menos que se cae a pedazos y necesita ingentes recursos para su simple mantenimiento físico. Otros no vemos ambas cosas incompatibles. Es cuestión de prioridades y de elección política porque, efectivamente, lo que sí es cierto es que todo no se puede.

Desde luego, la UPV (al igual que el resto de universidades vascas) ha de continuar su proceso de mejora y adaptación a las nuevas exigencias y oportunidades de la sociedad del conocimiento. Pero hay que empujar mucho más fuerte. Todas las regiones y países de referencia social y económica en Europa y en el mundo tienen como elemento central asociado a ese nivel de desarrollo una universidad o un sistema universitario brillantes.

Recientemente, el diputado general de Bizkaia anunciaba a bombo y platillo un crédito multimillonario (1.000 millones de euros) para hacer una carretera (la nueva variante metropolitana de Bilbao), seguramente muy importante, pero una carretera al fin y al cabo. Se habla también de una inversión de 800 millones de euros para el Puerto Exterior de Pasajes, de otros 300 para el segundo cinturón de San Sebastián y de no menos de 500 millones para soterrar el ferrocarril a su paso por el Sur de Vitoria. No es una relación exhaustiva (nótese que no he mentado la モY Vascaヤ ヨ 4.000 millones – u otros megaproyectos en marcha) pero sí muy ilustrativa de en qué se va a invertir el dinero público en Euskadi en los próximos años. Lógicamente, estos proyectos son difícilmente compatibles con la realización de una inversión equivalente en el Sistema Universitario Vasco. Es una cosa o la otra. Nuestros representantes políticos optan, sin ambages, por el cemento y no tanto por el conocimiento. Seguramente estarán cargados de razones para ello que se me escapan.

Nosotros, sin embargo, sí abogamos por el conocimiento como el motor esencial del progreso social y económico de este país y, como además vemos la oportunidad ahora (no dentro de quince años) apostamos por tomar acciones en este momento. Si realmente pensamos que la economía vasca ha de especializarse en sectores de alto valor e intensivos en tecnología, no podemos permitirnos el lujo de sentarnos de brazos cruzados o esperar que el tema lo resuelvan sólo los nuevos CICs de los que hablábamos antes (no al menos en los términos en los que ahora están planteados) o que lo pueda hacer la propia UPV aún duplicando su presupuesto (porque no todo es cuestión de dinero).

Debemos ir mucho más allá y, además, hacerlo de forma decidida para que tengamos resultados concretos en cuatro o cinco años en términos de productos comercializables y empresas de base científico-tecnológica. Pensamos que en Euskadi hay espacio para una o más nuevas Universidades y que merecería la pena darle una pensada. El tren del conocimiento de alta velocidad también está deseando recalar en Euskadi y estamos en condiciones de acogerlo.  Repito, es cuestión de prioridades políticas.