“Una sociedad que consume es una sociedad que crece y, por tanto, prospera”. Este ha sido el mantra con el que hemos crecido las generaciones de la industrialización y la era del bienestar, y sigue siendo actualmente el que articula nuestra sociedad y las políticas estratégicas económicas, aunque, quizás de una forma más tímida o controvertida, si cabe. Ya son años los que llevamos escuchando que nuestro modelo de consumo no se puede sostener, un crecimiento económico ilimitado no es posible en planeta finito. No por lo menos en la forma en la que lo entendemos.
Informes como Stern o el nuevo informe Dasgupta sobre la economía de la biodiversidad arrojan datos que lo evidencian: entre 1992 y 2014 el “capital producido” per cápita (carreteras, edificios o fábricas) se duplicó, y el “capital humano” (la educación o la salud) aumentó alrededor de un 13% globalmente. Sin embargo, el “capital natural” per cápita, que mide todos los bienes y servicios que ofrece la naturaleza, se redujo un 40% en el mismo periodo. Como el autor del anterior informe sobre la economía de Cambio Climático Nicholas Stern apunta, “estamos tomando de la Tierra mucho más de lo que puede soportar” y concluye afirmando que “acabaremos pagándolo”.
A consecuencia de estos datos y evidencias, cada vez más perceptibles, ha surgido y crecido la demanda de un modelo de consumo alternativo, más consciente o “sostenible”. Sin embargo, lejos queda de modelos más centrados en la reducción del consumismo o el gran temido y endemoniado decrecimiento, entendido desde la medición de la riqueza en términos como el PIB. Son tendencia los consumos basados en la eficiencia de recursos y materiales, reciclabilidad y reducción de su capacidad contaminante, pero que no hacen otra cosa que seguir aumentando la curva del consumo de forma ascendente. Nos encontramos con la Paradoja de Jevons: a más eficiencia, más uso y consumo energético.
Ya hay voces, además, que alertan sobre los efectos e impactos derivados de la energías renovables que parecían ser la panacea de la crisis ambiental, ya que, aunque no emitan Co2 en el proceso de generación de energía, son grandes demandantes de recursos mineros muy finitos que ya se están viendo afectados (como es en el caso de las solares) o tienen una difícil gestión al fin de su vida útil, (como en el caso de la eólica) aun cuando la demanda que cubren a día de hoy respecto a las energías fósiles sigue siendo mínima. Así, cambiamos pajitas de plástico por pajitas de cartón, pero todas de un sólo uso; alimentos ecológicos, pero en envases de usar y tirar; coches privados eléctricos, pero vehículos privados de igual manera; energías fósiles por renovables, pero sin reducir la demanda energética. Y la joya de la corona a día de hoy: el consumo físico por el digital.
Empresas como la gran conocida Amazon, la cual sola suma 44% de las compras online que suceden en EEUU, han venido para quedarse y romper con el modelo físico de consumo a pie de calle. Más allá del modelo empresarial ,que mucho se ha puesto en cuestión en los últimos años en lo referente a condiciones laborales y otras cuestiones estratégicas, este tipo de “comercio”, genera un impacto ambiental del que todavía poco somos conscientes. El efecto de la llamada “última milla”, en la que el consumidor buscaba a pie o en transporte público sus necesidades o bienes a adquirir, queda obsoleto y suplantado por un modelo donde un transporte privado lleva hasta nuestra residencia un producto individual ,muchas veces en 24 horas. Todo ello con el consiguiente aumento de tráfico, flotas de vehículos y combustible usado, sin obviar que muchos de los transportes funcionan a media carga por la irregularidad del flujo, menos predecible y más diverso. Y esto, ya se ha reflejado en cifras en EEUU: según el Monthly Energy Review, principal informe de estadísticas energéticas de la Administración en EEUU, en 2016 el sector de transporte de mercancías superó por primera vez en emisiones al sector energético desde 1979. Así, casi el 25% de esas emisiones corresponderían a camiones de medio y alto peso, proveniente sobre todo de la famosa “última milla” que hemos mencionado. Pero esto no es solo cosa de EEEUU. En la CAPV, el sector de transporte ya ha superado al sector industrial en emisiones, influido por estos nuevos hábitos también.
Las malas hierbas hay que arrancarlas de raíz, o eso nos han dicho siempre. ¿Por qué entonces no atajamos el problema de uso y consumo de recursos de la misma manera? Parece ser que volcar toda la esperanza en la tecnología del futuro no será la solución para salvarnos de los impactos de nuestros hábitos. Habrá que atreverse a mirar hacia adentro.
Sara Soloaga