El medio ambiente es uno de los ámbitos en los que el País Vasco más ha mejorado en los últimos años. Se han resuelto importantes carencias en el ámbito del saneamiento, los residuos, la ordenación y recuperación de suelos contaminados, la calidad del aire, el agua, …,  que sin ninguna duda eran lastres muy significativos del modelo vasco de desarrollo. Los indicadores así lo reflejan (consultar el perfil ambiental de Euskadi 2013) y vemos como en prácticamente todos ellos la mejora ambiental se proyecta en estados y tendencias en sintonía con las de los países más desarrollados.

Dejando de lado el pasado, la cuestión principal ahora es saber si la tendencia que nos ha llevado a la situación actual es capaz de resolver los todavía graves problemas ambientales a los que nos enfrentamos o si, por el contrario, hemos tocado techo y nos toca cambiar drásticamente. La respuesta la encontramos en el IV Programa Marco Ambiental que, siguiendo la pauta establecida por el 7º Environmental Action Programme de la Unión Europea, aclara que las mejoras incrementales no serán suficientes, que se precisan cambios estructurales en los sistemas de consumo-producción para que nuestra sociedad avance hacia un medio ambiente limpio y saludable que se pueda legar a las próximas generaciones.

Cambios estructurales que deberían ir encaminados a conseguir una economía que incrementa los estándares de calidad de vida y ofrece amplias oportunidades de desarrollo a la vez que mejora el medio ambiente. ¡La “cuadratura del círculo”¡ y efectivamente desde la forma lineal en la que estamos acostumbrados a pensar, suena realmente utópico plantear que se puede conseguir más crecimiento y desarrollo con menor impacto ambiental.

A pesar de ello nos toca ponernos manos a la obra. Mejorar el medio ambiente perjudicando la economía sería demasiado sencillo, pero, a nadie se le escapa, que también inaceptable en una sociedad que sale lentamente de la crisis, pero que tiene más de 150.000 personas sin empleo (14,5% de tasa de paro) y en la que el número de personas en situación de riesgo de pobreza sigue aumentando. (176.532 personas en 2014 y un incremento desde 2008 del 44,8%).

Así por tanto, la pregunta del millón es sin ninguna duda ¿Cómo enfrentar este gran desafío? ¿Cómo conseguir que las personas, la naturaleza y la economía caminen en la misma senda? Es evidente que no basta con soluciones al uso en base a medidas correctoras tradicionales y que se precisan nuevas formas de abordar los problemas. Una pista clara de cómo se puede actuar lo tenemos en nuestros pueblos y ciudades. A nadie se le escapa lo complicadas y socialmente mal vistas que resultan muchas de las medidas dirigidas a corregir los graves problemas ambientales que genera el exceso de tráfico. La situación, sin embargo, sería muy diferente y menos costosa si los problemas ambientales los hubiéramos incorporado en el diseño urbano y hubiéramos construido espacios de convivencia a escala humana en los que el caminar y el transporte público fueran los vehículos más coste eficientes para las personas. A modo de ejemplo, Atlanta y Barcelona son ciudades con población y renta per-cápita similares, pero sin embargo, las emisiones de gases de efecto invernadero de la primera son diez veces superiores a los de la segunda; la diferencia, su modelo urbanístico. Por otro lado, no cabe duda de que las personas y el conjunto de la sociedad aceptaría mejor las crecientes restricciones al tráfico si fuera realmente consciente de los graves problemas de salud que conlleva y los costes sociales adicionales que lleva aparejados y que no tenemos en cuenta cuando decidimos cómo movernos. Según la Organización Mundial de la Salud, la exposición a partículas (PM), cuya fuente principal es el tráfico, disminuye la esperanza de vida de las personas en una media de casi un año debido al incremento de riesgo de enfermedades cardiovasculares, problemas respiratorios y cáncer de pulmón.

La conclusión por tanto es: focalicemos nuestra atención en el origen de los problemas siempre que sea posible y muy especialmente, prioricemos el esfuerzo en más educación y mejor formación para articular una sociedad civil que se organiza y autoexige a la vez que demanda formas diferentes de hacer las cosas. En excesivas ocasiones las personas miramos al medio ambiente como una responsabilidad de otros. De empresas que contaminan y de instituciones que no controlan suficiente, pero la realidad es que buena parte de las decisiones de producción con sus correspondientes impactos ambientales y de regulación están fuertemente condicionadas por la ciudadanía. No queda más remedio que cambiar nuestro patrón de consumo y no sólo porque el potencial de mejora ambiental es ingente, sino sencillamente porque salir de la espiral de consumismo vano en la que nuestra sociedad está crecientemente enganchada, nos hará mucho más felices. Se trata de cambiar radicalmente nuestra forma de comprar, haciéndola más sofisticada e inteligente para elegir mejor lo que necesitamos realmente y también de abrirnos a nuevos paradigmas como el uso compartido (de vehículos, de viviendas, de electodomésticos, de…), la servitización (comprar servicios que es lo que necesitamos y no bienes) y la creciente reutilización (alargar la vida útil de los productos), que ofrecen nuevas perspectivas con gran potencial de desarrollo

Y en sintonía con estos desarrollos sociales, más eco-innovación y eco-diseño que tiene en cuenta el medio ambiente en todas las etapas del ciclo de vida de los productos, que nos ahorrará una cantidad inimaginable de recursos físicos y económicos y, lo más importante, nos abrirá un nuevo universo de oportunidades empresariales y sociales en las que el País Vasco se puede posicionar como referente a nivel global.

En definitiva, se trata de articular una economía verde e innovadora para un desarrollo que merezca la pena para las personas.