vision-de-futuro_0Incalculables son ya (se habla de decenas de miles) las hectáreas de bosque que han ardido en Galicia en las últimas semanas. Muchas parecen ser las causas de este recurrente drama que anualmente asola las tierras gallegas. Este año parece tener, no obstante, un toque diferente: los incendios son mucho más numerosos, de una virulencia desconocida y, muchos, cerca de zonas urbanas.

Algunos hablan, como ya lo hiciera hace años Manuel Fraga, de モterrorismo incendiarioヤ con la idea de dotar a estas cadenas de incendios de una estrategia política e ideológica que ampare la cuestionada capacidad de los medios de extinción puestos sobre el terreno para hacer frente a este fenómeno.

Otros se remiten a la legendaria モcultura del fuegoヤ existente en Galicia según la cual incendiar el campo no es necesariamente malo si el objetivo es conseguir mayor superficie de pasto para el ganado, obtener una rentabilidad rápida con la venta de la madera o ajusticiar las afrentas de algún vecino o pariente indeseado. La pasividad generalizada de la sociedad gallega ante estos desmanes sólo se veía alterada cuando la desmesura amenazaba sus propias haciendas. En ese momento se echaban las manos a la cabeza e intentaban salvar sus propiedades de la quema.

La aparente escalada de incendios de esta temporada quizás se haya debido exclusivamente a una climatología adversa y al hecho de que la transparencia informativa de este año (tras los años de censura de la época Fraga) ha animado a jóvenes sin escrúpulos de la Galicia más urbana a sumarse a esta pira anual para alzarse con un puesto de honor en el calendario gallego de competiciones, cual diario Guiness de los records.

Sea como fuere, el problema no pasa, a mi entender, de ser un problema extrictamente cultural. Un problema de valores y un problema de fracaso como sociedad. Galicia parece ser aún, en buena parte, una sociedad inculta, imbuida muchas veces de valores anacrónicos, adormecida tras años de abandono cultural. Un país donde el bosque no parece tener valor para una parte de sus gentes, un país donde las tragedias medioambientales no penetran en el corazón de todos. Una sociedad donde hablar de sostenibilidad, solidaridad e innovación es, dicen, predicar ante un auditorio prácticamente vacío.

Todos estos síntomas son (si se me permite el riesgo de ser injusto), fruto de la sempiterna desidia y el desinterés de los líderes políticos por conducir a la ciudadanía por la senda de la educación y la cultura. A mi juicio, el reto de los nuevos gestores políticos (además de mejorar su destreza apagando fuegos) consiste, pues, en transformar el sistema educativo y construir a partir de ahí una sociedad más culta, con valores propios de la Europa avanzada del siglo XXI. Este es (siempre lo ha sido a lo largo de la Historia), el único medio de liberar de las cadenas de la ignorancia a una sociedad y en este caso sea quizás la forma de empezar a cambiar esa モcultura del fuegoヤ por la cultura de la creatividad, la modernidad y la inteligencia.