Como si de una novela kafkiana se tratase, un día amaneces y te asomas la calle abierta desde el balcón. Se escucha el agitar de las hojas de los árboles y el piar de los gorriones. Ni un coche. Ni un bullicio en la ciudad. Tomas una bocanada de aire fresco para comenzar el día.

Los consumos energéticos se han desplomado desde que los desplazamientos en vehículo privado se restringieron. El gasto del mantenimiento y servicios de infraestructuras de transporte se invierte ahora en mejorar la eficiencia de un sector industrial que, con la misma cantidad de energía llegan a ser más productivos y competitivos.

El teletrabajo, ya sea desde casa o en oficinas compartidas se ha extendido por todo el tejido urbano y ya no resulta necesario realizar largos desplazamientos para llegar al puesto de trabajo. Los trayectos ahora se hacen la mayoría a pie o en bicicleta, lo que ha contribuido a generar un mayor consumo de productos en los comercios locales y a reactivar la economía de los barrios.

La confraternización de las comunidades se fraguó a medida que se incrementaba la interacción entre vecinos en diferentes contextos: en el parque, en el comercio, en el balcón. Hoy, la ciudad de los 15 minutos es más tangible ahora que tu trabajo, supermercado, escuela y centro médico están a menos de un kilómetro de distancia de tu hogar.

La apertura de las calles al ciudadano ha favorecido la entrada de una mayor cantidad de árboles, arbustos y jardines en el entramado urbano. Ya casi es posible ver a una ardilla saltar de copa en copa atravesar la ciudad. También se genera mayor atracción para practicar actividades físicas. El aire es limpio, saludable. La calidad de vida es mejor económica, social y medioambientalmente.

Juan Iglesias
Urbanista ambiental
Naider