1032Volver a lo esencial

Los ingleses tienen una expresión muy adecuada cuando las cosas tienden a irse por las ramas, amenazando con perder de vista los aspectos clave de un tema bien en una conversación o en un debate: back to basics, volver a lo esencial. En los debates sobre la sostenibilidad ambiental ocurre con frecuencia que nos perdemos en los detalles, en las tácticas, en los eventos, en los pequeños movimientos, por lo que, de vez en cuando, conviene subir al árbol, mirar por encima del bosque en el que caminamos, no vaya a ser que estemos avanzando en círculos hacia ninguna parte.

Hace 35 años tuvo lugar el primer encuentro internacional al más alto nivel sobre el medio ambiente. Fue en Estocolmo, en 1972. Tras más de un tercio de siglo de cumbres mundiales, grandes eventos, informes, políticas ambientales, los avances han sido muchos y muy importantes, especialmente en el ámbito europeo donde la gran sensibilidad de la sociedad civil ha sido el principal driver . Pero en una perspectiva global, la más relevante en el tema ambiental, las cosas no van bien y en mi opinión es mejor mirar la realidad de frente que esconder la cabeza bajo el ala. Ante el día mundial del medio ambiente de 2007, 5 de junio, este es mi personal back to basics.

Uno, el núcleo de la sostenibilidad ambiental es la capacidad de la especie humana para acomodar su desarrollo a la biosfera sin dañar sus sistemas vitales, de manera que no se ponga en peligro el derecho de las generaciones venideras a vivir de manera digna y gratificante sobre la Tierra. Las generaciones humanas que en este momento vivimos sobre el planeta estamos de paso. Antes que nosotros, miles de generaciones han caminado por estos senderos y muchos creemos que es nuestro deber ético favorecer que otras tantas la puedan heredar y disfrutar.

Ante ese “deber”, la economía de mercado carece de los mecanismos internos de autorregulación para asegurar que ese legado hacia el futuro se haga de manera automática. La economía de mercado es especialmente ineficiente para gestionar los bienes comunes globales ヨ el clima, la salud de los océanos, la diversidad biológica, la capa de ozono-, dando pie a los fallos de mercado tan conocidos en economía y especialmente en la ambiental ヨ la tragedia de los bienes comunes, lo denominó Garret Hardin en un artículo seminal de 1968. El concepto mismo de desarrollo sostenible asumido por la comunidad internacional supuso reconocer implícitamente esa incapacidad de la mano invisible para asegurar la preservación de los sistemas vitales de la biosfera. La sostenibilidad requiere instituciones, acuerdos mundiales, políticas internacionales, nacionales, regionales, para preservar la salud de los sistemas biológicos, es decir una voluntad explícita que regule y oriente la dinámica propia de las fuerzas del mercado.

Dos, los 6.300 millones de personas que poblamos la Tierra nos hemos convertido en una fuerza planetaria capaz de alterar equilibrios básicos del sistema natural global como el clima. Algunos científicos argumentan que desde hace varios siglos hemos entrado en una nueva era geológica, el antropoceno, caracterizada por el fuerte impacto de nuestra especie sobre la biosfera, sus ecosistemas, funciones y recursos. La humanidad avanza hacia una población de 9.000 millones de personas a mediados del siglo XXI. Grandes economías como China, India, Brasil están creciendo de manera muy poderosa en los últimos años, demandando más recursos naturales y generando más severos impactos ambientales, que se suman a los ocasionados por los países económicamente desarrollados.

Tal y como ha argumentado desde hace años el economista Herman Daly, hay un problema de escala entre el sistema económico y el sistema natural global. La biosfera tiene límites. La demanda de recursos y la generación de residuos y contaminantes de nuestro sistema económico global no. La fricción era, es, inevitable. Hemos rebasado los límites de carga de los sistemas naturales y los grandes problemas ambientales globales son la manifestación de ese problema de fondo: cambio climático, desaparición acelerada de la diversidad biológica, contaminación de mares y océanos, polución atmosférica en urbes de todo el mundo, avance de la desertización, presencia de componentes químicos en los eslabones de las cadenas tróficas…

Tres, la alteración del clima es el ejemplo paradigmático de la dificultad que nuestra especie está teniendo para gestionar con sensatez un bien común esencial como es la atmósfera terrestre. Muchas personas están despertando estos últimos meses al problema del cambio climático y esa es una buena noticia. Pero hay que recordar que la primera conferencia científica internacional sobre el tema tuvo lugar hace casi 30 años, que el primer informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático fue presentado en 1990 y que la denominada Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en la que se aprobó la Convención sobre el Clima, tuvo lugar hace 15 años, en 1992. Es decir, mientras que el problema de la modificación del clima por factores antropogénicos avanza de manera geométrica, la respuesta de la sociedad lo hace de manera aritmética. Estamos enfrentando un dilema del prisionero a gran escala del que solo se puede salir con una solución cooperativa mundial urgente y contundente que, desgraciadamente, no se divisa en el horizonte.

Cuatro, la desaparición de la diversidad biológica de la Tierra pone de manifiesto que la raíz de la crisis ambiental global proviene de una cosmovisión profundamente sesgada. Los valores básicos que han conformado nuestra civilización tecno-industrial han educado nuestra mirada de manera que la naturaleza que nos rodea y de la que formamos parte es percibida fundamentalmente como un espacio de objetos inertes que están ahí exclusivamente para nuestro servicio. Porque nos percibimos separados y por encima del resto de la naturaleza, nuestra relación con ella es de posesión, dominio, uso y abuso. Como no nos sentimos formando parte de la red de la vida, no tenemos problemas en destruirla. Ahí está la raíz del problema. Ello remite a una reeducación básica en nuestros valores, requiere reconectarnos conscientemente al tejido vital del que formamos parte. Los 13 millones de especies que comparten con nosotros el planeta son el tesoro de 3500 millones de años de evolución de la vida sobre la Tierra. Pero en lugar de percibirlas y tratarlas como el irremplazable tesoro que son, las consideramos como un elemento más que se incluye en nuestra ecuación del desarrollo.

Quinto, la cosmovisión que ha educado nuestra mirada y moldeado nuestro comportamiento se he estructurado en tres mensajes centrales, de los que dos se han comentado brevemente. El primero, la naturaleza no es un factor limitante ni para el consumo de recursos ni para la absorción de residuos y contaminantes. No hay límites al crecimiento. Da lo mismo que seamos 1000 millones de personas ヨ comienzos del siglo XX ヨ que seamos 9000 millones en 2050, apenas 150 años más tarde. El segundo, somos la especie dominante. El mundo nos pertenece, está ahí para servirnos. Tercero, el bienestar se define por el nivel de consumo de bienes y servicios. Cuanto más consumes más cerca estás del bienestar, sucedáneo de la felicidad. No hay límites para nuestro anhelo de posesión y disfrute de artefactos y servicios. La concatenación de esos tres mensajes y su instalación en el programa cero de la maquinaria de nuestra sociedad han generado una dinámica que no podía sino acabar provocando grietas cada vez más profundas en el tejido de la biosfera.

Conclusión, se están produciendo sin duda numerosos avances tácticos, pero la situación general es de retroceso estratégico. Los problemas ambientales globales crecen a una velocidad superior a nuestra capacidad para gestionarlos adecuadamente. En una generación, 25-30 años, a algunos de ellos no se les denominará problemas ambientales sino problemas de seguridad mundial. El que el Reino Unido haya llevado recientemente el tema del cambio climático al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es un aviso a navegantes.

La humanidad necesita una generación de post-estadistas, mentes y corazones que piensen, sientan y actúen también desde una perspectiva de especie humana. Representantes democráticos de todo el mundo, a poder ser en activo, es decir antes de retirarse de la vida pública institucional, que sean conscientes del sentido de urgencia que requiere el reto planteado y contribuyan a generar la masa crítica social imprescindible para protagonizar un giro de timón radical en los próximos años hacia la sostenibilidad.