A pesar de las expectativas, los empleos verdes no acaban de llegar a la ciudad para sustituir o compensar la pérdida de empleos tradicionales, como consecuencia de la crisis económica.
Los servicios y la construcción, los dos grandes motores de la economía urbana, no acaban de encontrar en lo verde y, en particular en la energía, un verdadero motor de crecimiento. En el caso de los servicios, la explicación se encuentra en su relativamente baja intensidad energética (la energía tiene una importancia pequeña en la cuenta de resultados) que hace que empresarios de este sector pospongan proyectos y dilaten inversiones que, si bien podrían generar ahorros económicos y de energía considerables, no se consideran prioritarios.
La energía, sin embargo, es un aspecto clave de los edificios, las actividades que se realizan en ellos suponen más de las tres cuartas partes del consumo de energía que se produce en la ciudad y el potencial de mejora estimado es muy importante (mejoras por encima del 30 ó 40% se consideran normales en edificios grandes y de una cierta antigüedad). No obstante, pocas actuaciones relevantes de ahorro y eficiencia energética se han puesto en marcha en este campo que no estén ligadas a los edificios de nueva construcción, sometidos al código técnico de edificación y a la certificación energética, pero cuya actividad está muy parada, precisamente, por la crisis económica.
La cuestión, por tanto, es cómo poner los dos motores de la ciudad a funcionar, por un lado, para contribuir a la lucha contra el cambio climático, pasando de las declaraciones de objetivos a la acción, y, por otra para generar actividad económica y empleo aprovechando el potencial verde que la economía urbana mantiene oculto. El reciente ejemplo del alcalde Michael Bloomberg en la ciudad de New York, que ha lanzado un proyecto para reducir el consumo de energía en los edificios existentes de la ciudad, ofrece algunas pistas que, como siempre, tienen que ver con el “palo y la zanahoria”
El palo, un sistema audaz de regulación que obligue a que todos los edificios de la ciudad y las actividades económicas de servicios tengan que satisfacer un reglamento y unos estándares exigentes en términos energéticos. La zanahoria, crear un fondo destinado a favorecer la financiación de las medidas y proyectos que se identifiquen en las auditorías energéticas que obligatoriamente tendrían que pasar (en el caso de New York se propone cada 10 años), y que serían de obligatoria implantación siempre que el período de retorno de la inversión (número de años que se tarda en recuperar la inversión con los ahorros energéticos conseguidos) sea inferior, por ejemplo, a 7 años.
El fondo podría estar dotado con fondos púbicos destinados al estímulo de la economía contra la crisis (Plan E, fondos de las Comunidades Autónomas y otros) y privados de Cajas de Ahorro o Entidades Financieras que hayan acudido a fondos públicos y tendría vocación de autosostenimiento económico.
De este modo se conseguiría un cuádruple dividendo. Primero, acelerar la aportación de las ciudades al control de las emisiones de gases de efecto invernadero. En segundo lugar un rendimiento económico a los fondos públicos y privados que se invierten en la implantación de proyectos energéticos (aislamientos, iluminación, soluciones térmicas, generación de energía, etc.), tercero, mejoras sustanciales de la calidad de vida y de la productividad de las actividades de servicios y, finalmente, el camino más directo para la puesta en valor y la aparición de los esperados “green jobs”.