Durante años, el distrito de Guiyu, en la ciudad china de Shantou, ha estado inundado de montañas de desechos importados. La zona se ha especializado en el reciclaje de plástico y en la recuperación de componentes electrónicos. Sin embargo, desde el 1 de enero, con el fin de reducir el impacto ambiental, China ha prohibido la importación de residuos de 24 categorías, y como consecuencia toneladas de basura están quedándose apiladas en los puertos de Europa y EE UU., tal como relata Financial Times.

 

El gigante asiático recibió 7 millones de toneladas de residuos plásticos en 2016. Tan solo Gran Bretaña envió 2,7 millones de toneladas a China desde 2012, y Greenpeace apunta a que ahora no existe destino alternativo a la deslocalización para un volumen tan grande de basura.  En total, el 56% de la basura que se movió en el mundo en 2016, generalmente procedente de países desarrollados, acabó en China, donde se recicla para satisfacer la demanda interna de materias primas.

 

La prohibición de importaciones por parte de China es un reflejo de una política más dura de Pekín frente a la contaminación y los riesgos medioambientales, y del hecho de que China por si sola genera cada vez más residuos, por lo que las plantas de reciclaje y recuperación de componentes no dependen tanto de importaciones. En Guiyu, los ríos son de color negro, y los índices de cáncer en la población son elevados, debido a lo inadecuado de las plantas de tratamiento. La reducción de importaciones hace que la situación continúa así, pero a una escala menor.

 

Toda esta situación pone en relieve que los países de Occidente están en una situación ambiental relativamente más favorable, no por “la adopción de estrictas normativas medioambientales”, sino por que ha trasladado su producción contaminante a países en vías de desarrollo, tal como explica Xu Bin, profesor de la China-Europe International Business School (CEIBS), a El País.