El mundo avanza inexorablemente hacia una economía verde. Consecuente y responsablemente, la Comisión Europea reconoce en la Estrategia Europa 2020 la necesidad de que Europa avance en esa dirección. Se convierta en una economía que aprovecha los recursos de forma eficiente, que es sostenible y competitiva, que saca provecho al liderazgo de Europa en la carrera para desarrollar nuevos procesos y tecnologías, incluidas las tecnologías verdes, que acelera el desarrollo de redes inteligentes en la UE y refuerza las ventajas competitivas de nuestras empresas (particularmente en el campo de las manufacturas), y que ayuda a los consumidores a valorar el uso eficaz de los recursos.
Este proceso de cambio tendrá enormes beneficios a largo plazo para las economías que consigan adecuarse a la nueva situación, y sean capaces de generar negocios adaptados a las nuevas exigencias y demandas del mercado. Pero como en cualquier proceso de cambio, la transición hacia un nuevo modelo de economía eficiente y baja en emisiones de carbono tendrá unos costes de ajuste a corto plazo que pueden poner en riesgo la consecución de esos otros beneficios a más largo plazo. Costes en forma de variaciones en los patrones de empleo (movimientos de empleo: de sectores intensivos en el consumo de recursos hacia sectores más limpios), cambios en la estructura de la economía (desplazamientos de la producción entre sectores y sub-sectores) y cambios en las pautas de comportamiento y consumo de la ciudadanía.
Los costes (de ajuste) serán mayores o menores dependiendo de las políticas que los gobiernos sean capaces de desarrollar y poner en marcha para “lubricar” el proceso. Esto, obviamente, tiene claras implicaciones para nuestros responsables políticos, que deben ser capaces de identificar los costes potenciales y gestionarlos adecuadamente (para minimizarlos) a través del diseño de actuaciones creativas que impidan tensiones innecesarias en el proceso de transición. Medidas específicas (desde política de productos hasta política regional, pasando por el fomento de la innovación y la educación) que, en definitiva, faciliten la evolución hacia esa nueva economía y eliminen o reduzcan sus posibles costes e impactos negativos. Sólo de ese modo seremos competitivos, impediremos la degradación ambiental y contribuiremos a la cohesión económica, social y territorial.
Para comprender los posibles costes e impactos de las políticas de transición verdes, debemos fijarnos en los continuos y continuados cambios estructurales que han tenido lugar en el mundo a lo largo de la historia. Cambios estructurales que han supuesto grandes retos a las empresas para mantener su cuota de mercado y su competitividad, y de los que sin duda podemos extraer lecciones importantes (por ejemplo, ¿qué implicaciones tuvo en España el declive de la industria pesada en favor del sector servicios a partir de los 80?, ¿qué supuso a nivel global la introducción del barco de vapor?, ¿quién ganó y perdió -y por qué – en la carrera hacia el uso masivo del ferrocarril?). Lecciones que nos sirvan para diseñar las políticas actuales, con la certidumbre de que éstas no agravarán los problemas causados por el cambio estructural en marcha (por ejemplo, al elevar los costes de producción de la UE en los mercados donde la cuota de mercado de la UE ya está bajo la amenaza de los productores no pertenecientes a la UE – como es el caso algunos sectores de energía intensiva) y de que nos ayudarán a reducir los impactos del cambio mediante, por ejemplo, inversiones en innovación y formación (la lógica seguida en el diseño de los paquetes de estímulo verde desarrollados a raíz de la reciente crisis financiera).
La transición hacia una economía más verde y sostenible, supone un tremendo desafío para Europa, sus Estados miembros y sus regiones. Una desafío en el que habrá ganadores y perdedores. Si queremos estar entre los vencedores, nuestros responsables políticos deberán comprender cómo y con qué políticas pueden favorecer y acelerar la transición hacia una economía competitiva, baja en carbono y eficiente en el uso de recursos. La inacción política o la toma de decisiones equivocadas harán que no seamos capaces de seguir el ritmo de los cambios que tengan lugar en otras partes del mundo y que nos quedemos estancados en el uso de infraestructuras de alto contenido en carbono, tecnologías y sistemas que han dejado de ser competitivos, etc.
(Imagen de cabecera de flightlessXbird)