Las ciudades concentran a la mayor parte de la población desde el 2008, año en que por primera vez la población que vive en el medio rural es menor que la que se asienta en las ciudades. Uno de los desafíos más destacados es debido a que para el año 2050 la población urbana se habrá duplicado (World Urbanization Prospect, Naciones Unidas, 2014), “lo que hará de la urbanización una de las tendencias más transformadoras en el siglo XXI” (Nueva Agenda Urbana).

Este crecimiento demográfico mundial acelera el Cambio Climático, disparando la demanda de recursos, degradando y devastando espacios naturales, fragmentando hábitats, provocando una disminución de la biodiversidad y contaminando áreas naturales. Las ciudades son causantes de gran parte de este crecimiento insostenible ya que estas consumen el 75% de la energía y emiten entre el 50-60% de las emisiones de gases de efecto invernadero (UN Habitat).

La globalización de los mercados junto con una cada vez mayor movilidad humana transfronteriza está haciendo de los flujos migratorios otro problema para el cual las ciudades no disponen de herramientas ni infraestructura capaces de afrontar este desafío. Tal y como recoge la Organización Internacional para las migraciones (OIM), esta tendencia irá incrementando ya que “los factores ambientales siempre han causado migraciones y el Cambio Climático va a amplificar los episodios de cambios ambientales”. También Nicholas Stern en su informe de 2006 auguraba que las consecuencias económicas del calentamiento global supondrían «una mayor escasez de recursos, la desertificación, los riesgos de sequías e inundaciones y el aumento del nivel del mar podrían hacer migrar a millones de personas» (Stern, The Economics of Climate Change, 2006).

Foto: Cusco, por McKay Savage, vía Flickr

Muchos de nuestros nuevos conciudadanos se asientan en zonas residenciales marginales que habitualmente son “espacios de habitabilidad deficiente” (J. Subirats et. al., 2017). Además, en la mayoría de los casos los inmigrantes no son integrados en la sociedad generando una comunidad fragmentada que desaprovecha la riqueza de la multiculturalidad.

Otra de las tendencias globales a las que las ciudades deben hacer frente sobre todo en los países desarrollados*, es el envejecimiento de la población y disminución de la población en edad de trabajar. Así, para el caso de España, en 2066 habrá más de 14 millones de personas mayores, 34,6% del total de la población, y los mayores triplicarán la cifra de niños (Instituto Nacional de Estadística, Proyecciones de Población 2016–2066).

Las ciudades deben poner especial atención en la economía de los cuidados e introducir en el modelo productivo y de relaciones económicas a todo un conjunto de actividades (algunas remuneradas, muchas otras no o de forma muy precarizada) que permiten a nuestra sociedad seguir funcionando y al sistema económico seguir operando.

Las tecnologías informáticas, el internet de las cosas, las ciudades inteligentes, el BIG Data, Open Data y otros conceptos se han ido apoderando de nuestro lenguaje y cada vez se ve con mayor claridad que el futuro de las ciudades pasa por integrar estas nuevas posibilidades digitales en la gestión de las ciudades. (Foto: Chip, Dominik Bartsch)

La incipiente monitorización y control ciudadano mediante las nuevas tecnologías también conlleva una problemática en cuanto a los derechos humanos (Declaración Universal de Derechos Humanos) que aún hoy permanecen sin resolver. En el caso de que la política sea dirigida “por flujos liberalizados de capital, de tecnología e información, puede provocar movimientos que incidan en priorizar más la eficiencia en la prestación de servicios que la equidad en su distribución, lo que puede generar espacios sociales en las ciudades cada vez más fragmentados y especializados” (Subirats et. al., 2017).

Las consecuencias de estas realidades en las ciudades traspasan las fronteras municipales y la colaboración entre localidades, regiones y territorios se vuelven una necesidad de primer orden para afrontar estos retos. Es por ello por lo que se hace palpable la necesidad de una cultura del interés común que tenga una perspectiva a largo plazo fundamentada en los compromisos políticos y ciudadanos, con una visión compartida de desarrollo regional en el nuevo contexto mundial donde nos sumergimos y donde las ciudades juegan un papel fundamental.

El correcto desarrollo de las ciudades que afronten estos retos descritos pasa por la integración de una gobernanza igualitaria, participativa y en colaboración, que garantice unos servicios de calidad guiados por la eficiencia y la responsabilidad social y conciencia medioambiental, bajo la perspectiva de “hacer ciudad metropolitana”. (Foto: Mercado, Manfred Morgner)

 

 

**Según la ONU: un país desarrollado es aquel que tiene el estatus de economía avanzada sobre la base de los estatutos del FMI y además posee ingresos altos según el Banco Mundial.