Hay ciertos autores y académicos que se habrían hecho grotescamente ricos si sus emolumentos en vida hubiesen sido proporcionales a las veces que son citados tras su muerte.
Uno de ellos es John Maynard Keynes. El primer Baron de Keynes (1.883-1.946) no encajó en su época con las teorías económicas dominantes, pero sin duda tuvo razón en muchos elementos que hoy en día son ampliamente reconocidos, tanto en sectores académicos como políticos e intelectuales.
Además de su gran aportación al pensamiento económico, lo que le ha trasladado en los últimos tiempos a la prensa diaria y a la agenda política reciente ha sido el hecho de abogar por políticas económicas activas, inducidas por parte del gobierno, para estimular la demanda en tiempos de elevado desempleo. En nuestro ámbito más cercano, podemos citar el Plan E, llevado a cabo como intento de estímulo económico en España. La elección de la letra E parece no haberse debido a la existencia de Planes A, B, C ó D fallidos, sino a la coincidencia de las palabras Español, Estímulo, Economía y Empleo, materias todas ellas de interés en el citado proyecto.
Ese plan E, acepta las ideas manifestadas por Keynes, donde la obra pública actúa como un motor económico y de desarrollo humano en general. Desde luego no fue ésta su única aportación pero acaso sí la más citada por quienes no somos profundos conocedores de su obra. Es más, el concepto, si me lo permiten, no es descubierto, sino defendido por él en un momento difícil para hacerlo (la gran depresión de los años 30). La idea de la obra pública como motor económico fundamental ya era la base de otro plan E mucho más antiguo, el plan E de Egipto, del Antiguo Egipto.
Hágase cargo el lector, allá por el Nilo hace 3.500 años casi toda la economía del país más desarrollado del orbe giraba en torno a la erección de gigantescas estructuras de piedra que albergaban restos humanos momificados. No se sabe a ciencia cierta cuántas personas construyeron todo aquello pero sí se sabe que eran cientos de miles durante cientos de años y que probablemente recibieran alguna compensación económica. Sí,Heródoto pensó que quienes lo construyeron debían de ser esclavos y no cobrar un duro. Sin embargo, las teorías actuales estiman que sí eran personas carentes de libertad, pero más cercanas a quienes se aplicaban en un taller de Ford de los años treinta que a los esclavos griegos o romanos, poco más que “electrodomésticos” humanos, y por tanto sin salario alguno. Canteros, pintores, aguadores, ingenieros médicos e incluso ladrones han subsistido gracias a colosales obras aparentemente o profundamente poco productivas. Es más, hoy en día escritores, tertulianos, libreros, arqueólogos y gran parte del actual Egipto nutren sus ingresos de aquella obra, tan faraónica como algunas obscenidades de cemento actuales.
Vemos, entonces, que aun no pareciendo productivas ciertas inversiones pueden llegar a serlo por vías indirectas. Destacamos en este momento que si en muchas ocasiones la obra pública es positiva por sí misma, ésta adquiere su carácter más excelso cuando sirve al conocimiento y a la ciencia.
En este sentido, un proyecto y gasto público faraónico, pero que puede suponer un avance para la humanidad de un calibre difícilmente mensurable es El Gran Colisionador de Hadrones o la que hoy es la máquina más grande del planeta tierra, cerca de Ginebra. En una menor proporción, pero igualmente loable ha sido la labor realizada por los Gobiernos (vasco y estatal) en la generación y consecución de la Fuente de Espalación de Neutrones, que se instalará en Suecia y para la que Vizcaya será final y meritoriamente subsede.
Ésta instalación (la La Fuente Europea de Neutrones por Espalación) y sobre todo su hermano mayor (el Colisionador de Hadrones) además de generar empleo y desarrollo, pueden permitir algo que aun no hemos conseguido; entender el universo. Es ésta pretensión un ansia que lleva ocupando el espíritu humano por siglos; desde la prehistoria, pasando por la filosofía griega hasta los actuales ingenieros y científicos.
El filósofo Parménides (hacia el 540 antes de Cristo aproximadamente) decía que el ser existía y que el no ser no existía, algo que encajaba perfectamente en nuestro mundo visual y en la física elemental de Newton, cuyas obras originales, por cierto, eran coleccionadas con avidez por un Bibliófilo llamado John Maynard.
Pues bien, parece ser que ni esa idea ni la física tradicional son suficientes para el conocimiento universal. La física de partículas necesita hoy en día de una partícula elemental hipotética (vulgarmente llamada párticula de Dios) para dar sentido a la creación. Esta partícula o Bosón de Higs puede ser descubierta, o mejor dicho, inferida su existencia a través de modelos estadísticos generados a través de los experimentos realizados en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC).
Diversos problemas de funcionamiento, gastos adicionales, así como alarmismos apocalípticos en cuanto a sus efectos están favoreciendo que determinadas voces reaccionarias y retrógradas critiquen duramente el magno proyecto. Nada debemos temer ni los ciudadanos, ni los poderes públicos por su gasto ya que nos será devuelto con creces por la labor de aquellos gigantes sobre cuyos hombros avanzamos alzados; los científicos.