Las luces LED son, indudablemente, más eficientes en el consumo de energía que nuestras antiguas bombillas de filamento incandescente. La introducción de LED en el alumbrado público, sin embargo, debido a la complacencia con el ahorro previsto, ha hecho aumentar el brillo lumínico en todo el mundo, provocando incluso el efecto contrario al deseado en el nivel el consumo. Según un estudio publicado en la revista Science Advances, la superficie del planeta iluminada artificialmente creció un 2% cada año entre entre 2012 y 2016. La contaminación de luz genera efectos perniciosos en nuestro bienestar y en el ecosistema.

 

Además de lo que supone de malgasto de consumo energético, en muchas de las ciudades de países desarrollados, el exceso de brillo es suficiente para impedir o retrasar nuestra transición fisiológica natural a la noche, y el problema se está extendiendo en los países en desarrollo. La luz dentro de nuestras casas y edificios, así como la iluminación de las calles, rompen nuestro ciclo “circadiano” normal, lo que se traduce en problemas de salud. El exceso lumínico también causa graves problemas en la biodiversidad y en la biofauna, como en aves migrantes o mamíferos marinos, por ejemplo.

 

Para hacer frente a la necesidad de ahorro de energía, en muchas de nuestras calles se ha apostado por la luz LED blanca, pero la luz LED blanca puede tener un efecto pernicioso al contener una mayor proporción de elemento “azul”, que es el que más rápidamente se difunde por la atmósfera. Por ello, se debe hacer un buen diseño de la luminaria y aprovechar las ventajas de las LED en cuanto a una mejor dirección del flujo de luz, y de la versatilidad que pueden ofrecer para una mejor adaptación a las necesidades de luz de cada momento del día y a nuestro reloj biológico.