Si hay algo cierto en el contexto globalizado en el que vivimos es que crisis y oportunidad son dos caras de la misma moneda. Y el País Vasco no es ajeno a esta realidad; como en el resto del mundo, la evolución de nuestra economía viene de la mano de un cambio tecnológico veloz y de una eliminación de las distancias y las barreras físicas que configuran un nuevo tablero de juego que exige de los agentes públicos y privados una importante capacidad de reacción, de flexibilidad y de adaptación a la nueva realidad.
Un entorno global es, desde todos los puntos de vista, un entorno repleto de oportunidades que, en su mayor parte están implícitas en la incorporación de innovación, tecnología y conocimiento a la cadena de valor productiva, así como en el aprovechamiento de las grandes tendencias de mercado a medio y largo plazo que permitan la obtención de ventajas diferenciales. Tenemos, por tanto, que ser muy conscientes de que nuestra ventaja competitiva ha de residir fundamentalmente en la capacidad degenerar valor añadido liderando procesos globales de innovación, creando nuevos productos y servicios para el mercado y generando conocimiento y tecnología que se configuren como factores impulsores del cambio. Parece lógico por tanto pensar que esta adaptación tenga que pasar forzosamente por la adaptación del sistema de ciencia, tecnología e innovación a esta nueva realidad.
Esta adaptación implica el compromiso de todos los agentes para favorecer un espacio competitivo a través de un modelo integrado de actuación que responda a los objetivos de transición hacia un modelo productivo, basado en actividades innovadoras y con impacto real sobre el conjunto de la actividad económica. El objetivo de impulsar la competitividad de nuestra economía precisa de una estrategia centrada en la creación de las condiciones y las capacidades que refuercen al conjunto del sistema y que den pie al surgimiento de un nuevo paradigma de crecimiento y de creación de valor.
La nueva filosofía de actuación por tanto debería apoyarse en un vector clave: la internacionalización del sistema productivo y, en especial, del sistema de ciencia, tecnología e innovación, tanto en su vertiente de proyección exterior como en la de atracción del conocimiento desarrollado en otros lugares, o sobre la necesidad de optimizar sus actuaciones a través de la identificación y puesta en marcha de las sinergias y acciones de cooperación que tengan un efecto multiplicador en la creación de valor.
La experiencia nos dice que los países más abiertos y mejor conectados son precisamente los que mejor afrontan las crisis y mejor aprovechan las oportunidades. En este sentido, la proyección exterior supone un potencial importante de innovación y desarrollo para la práctica totalidad del tejido productivo del país. Así, para poder aprovechar todo el potencial de la internacionalización, es necesario contar con un sistema de innovación ágil y con capacidad de respuesta, una orientación clara que tenga como principal aliado al mercado y, sobre todo, una actitud abierta a los procesos cooperativos entre los diferentes agentes públicos y privados.
La capacidad de innovar depende en gran medida de la habilidad que los agentes tengan para interactuar entre ellos. Y esta interacción es clave para la creación de entornos innovadores en los que los resultados de la actividad científica y tecnológica se conviertan en valor real para la economía. En este sentido, la apuesta por un tejido científico, tecnológico y empresarial bien articulado que trabaje en colaboración consolida por un lado la apuesta por un nuevo tejido industrial diversificado en sectores de futuro y por otro, la oportunidad de llevar hasta el mercado el resultado de la investigación realizada dentro y fuera de nuestras fronteras.
El salto cualitativo que precisamos hacia un renovado sistema de ciencia, tecnología e innovación sólo será posible a través de la innovación, que en última instancia es la forma de convertir los retos en oportunidades de futuro: convertir el reto de un cambio de ciclo en la oportunidad de generar más conocimiento y aumentar el potencial de creación de riqueza; convertir el reto de la competencia creciente en la oportunidad de crear nuevas redes de colaboración y acceder a nuevos mercados y nuevas tecnologías y, en definitiva, convertir el reto de la deslocalización en la oportunidad de catalizar la necesidad de cambiar y de focalizarse en las actividades que generen mayor valor añadido para el tejido productivo de este país.