Desde 2008 el PIB en términos reales de la economía europea, EU 15, ha caído un 2,5%. Por tres “míseros” puntos estamos hundidos en una grave crisis económica que viene acompañada de una gran crisis social y política.
Está claro que los economistas no medimos bien, pues bastante más hemos debido perder con la que nos está cayendo encima.
Me temo que en esta valoración no está contabilizada la ilusión perdida y la desconfianza ganada por la actuación de nuestros líderes europeos que sólo dan bandazos o se obcecan en recetas caducas que nos hunden más y más en el desasosiego. Ni están incorporadas, las falsas expectativas creadas por la burbuja inmobiliaria y financiera en la que hemos estado flotando durante años, alimentando un gasto muy por encima de nuestras posibilidades reales.
Por descontado, tampoco hemos sumado, la falta de solidaridad y empatía porque si estas variables estuvieran en la ecuación del PIB, haber perdido 3 puntos sólo significaría un poco menos para todos y tan contentos, y no la hecatombe de parados, de jóvenes que ni encuentran ni esperan un empleo, de sangrantes desahucios de familias, de recortes encubiertos en la educación y la sanidad, de limitaciones en servicios públicos,… A la primera de cambio, hemos olvidado el papel que habíamos otorgado al sector público como garante de derechos y exponente claro de nuestra sociedad europea del bienestar de la que estábamos tan orgullosos, para pasar a exigirle cuentas por su deuda y su déficit, olvidando que éstos son en, su mayor parte, resultado de su labor equilibradora y estabilizadora.
Ya van más de cuatro años desde la quiebra de Lehman Brothers y en Europa seguimos sin reaccionar. Sólo se nos ocurren recortes indiscriminados de inversiones y gasto público junto, eso sí, a todo una colección de audaces medidas e instrumentos de todo tipo destinados a salvar las vergüenzas al sistema financiero europeo que está ejerciendo, en connivencia con los poderes públicos, su gran cuota de poder, para exigir con gran chulería rescates multimillonarios que les garantizan sus beneficios y prebendas, en detrimento de las familias y empresas que se ahogan en una dramática falta de crédito.
Es evidente que la crisis que tenemos encima no se explica sólo por la caída de los niveles de producción. Se trata de una crisis global de valores en la que estamos perdiendo el norte como sociedad. Seguramente no existen recetas milagrosas, pero va siendo hora de que nos demos cuenta que el camino no pasa por poner todo nuestro esfuerzo en controlar el déficit público. Necesitamos inventar nuevos caminos y probar nuevos instrumentos. Los que tenemos ya vemos dónde nos llevan…