Pensar en las ciudades sostenibles es, en realidad, un desafío global. En Europa, uno de los continentes más urbanizados, en torno al 75 % de la población vive en zonas urbanas, y se prevé que hacia 2020 la cifra aumentará hasta el 80 %. Como consecuencia de ello la demanda de suelo en las ciudades y sus alrededores es cada vez mayor y, acompañado de ello, el consumo de materiales y recursos y la generación de residuos y emisiones, al ser el estilo de vida urbano altamente consumidor de recursos y difícilmente sostenible. La expansión urbana descontrolada está remodelando los paisajes y afectando a la calidad de vida de las personas y el entorno como nunca antes había ocurrido. Si a principios del siglo XX sólo un 10% de la población mundial vivía en asentamientos urbanos, en 2007 esta cifra superó el 50% y se espera que en el año 2050 un 75% de la población mundial viva en ciudades. Este cambio demográfico tiene, además, perfiles muy diferentes en todo el globo. Las ciudades de mayor crecimiento poblacional previsto para los próximos años están localizadas prácticamente fuera del mundo desarrollado: Lagos, Kinshasa, Jakarta, Karachi, Delhi, Dhaka, Nairobi, Manila, Sao Paulo, Guangzhou, Shanghai, Bangalore y una larga lista de ciudades asiáticas y africanas están viendo crecer ya su población en una tendencia que continuará a lo largo del tiempo. Hoy ya hay más ciudades mayores de un millón de habitantes en China (97) o India (40) que en los Estados Unidos (39), y más en América Latina y el Caribe (57) o África (41) que en Europa (40). El siglo XXI se ha convertido en una era urbana que requiere repensar la forma en que se desarrollarán las ciudades en los próximos años. Cuando el mundo occidental lleva apenas un par de décadas tratando de incorporar el discurso de la sostenibilidad y a duras penas llevarlo a la práctica para sostener el modelo de vida que henos conocido, en diferentes lugares del mundo se está dando un proceso urbanizador de escala y rapidez desconocidas. El caso más paradigmático es el de China. Se prevé que en 2030 más de mil millones de chinos vivirán en ciudades, lo que supone que en los próximos años se creará una nueva Pekín al año, y la mayor parte de este crecimiento urbano sucederá en lo que hoy son pequeñas ciudades y no en las grandes megaciudades ya existentes en el país.
La ciudad es, en cualquier caso, un fabuloso invento, un extraordinario artefacto de vida colectiva que posibilita el avance social. Las ciudades actúan como motores del progreso impulsando la innovación y el avance en temas culturales, intelectuales, educativos y tecnológicos. Actúan como economías de aglomeración al igual que históricamente sirvieron también de espacios de libertad y protección, ofreciendo promesas de prosperidad y progreso a sus habitantes recién llegados y a los ya instalados. Sin embargo, los costes de esta urbanización del mundo son evidentes. Este proceso multiplica en muchas ocasiones las condiciones de desigualdad social y crea problemas por la baja calidad de los asentamientos urbanos. Se trata de la gran contradicción de la vida en la ciudad; como afirmaba el informe State of World Population 2007 de las Naciones Unidas, “ningún país en la era industrial ha conseguido crecimientos económicos significativos sin urbanización. Las ciudades concentran pobreza, pero también representan la principal esperanza para salir de ella“.

Las ciudades son sistemas complejos de convivencia y su funcionamiento depende, en términos metabólicos, de la entrada de recursos en forma de materias primas (energía, agua,…) y materiales que son después expulsados en forma de residuos y emisiones. La concentración de actividades y personas, algo tan propio de la vida urbana, genera altas necesidades de transporte para que las personas y las mercancías se muevan, demanda una enorme cantidad de energía para iluminación, calefacción, aire acondicionado, refrigeración,… Siendo muy sintéticos, este es el marco general para entender los problemas de sostenibilidad de las ciudades y a partir de ellos se derivan sus consecuencias en cuanto a agotamiento de recursos -siendo el techo del petróleo el principal riesgo a día de hoy-, el consumo creciente de recursos como el agua, la demanda de mayores necesidades energéticas, el acceso desigualitario a los recursos a nivel global y también a nivel local, etc.
La sostenibilidad se ha transformado, por tanto, en un desafío básicamente urbano y la forma en que pensemos y se diseñen las ciudades del futuro -y, no lo olvidemos, especialmente en los países emergentes- será definitivo para poder asegurar un desarrollo humano sostenible en el futuro. Las principales presiones ambientales sobre el medio ambiente proceden del modo de vida urbano, empujadas por fuerzas motrices (hábitos sociales, demografía, modelo de ocupación del suelo,…) sobre las que la capacidad de actuación no es sencilla desde los gobiernos locales. La necesidad de repensar el funcionamiento de las ciudades se ha convertido en más imperiosa si cabe para poder asegurar la calidad de vida a nivel global. Repensar las ciudades en términos de sostenibilidad es el modelo de referencia más asentado en el que queda fijarnos y su aplicación práctica requiere de una acción decidida y coherente, y utilizando estrategias diversificadas. Nueva York, Tokyo u otras ciudades-globales, que actúan como nodos de la economía global y cuentan con una población relativamente estable y una tendencia de ocupación del suelo que tiende a agotarlo y a ocuparse tomando formas suburbanas en las periferias de los centros urbanos. Lo mismo sucede, a muy grandes rasgos, en las ciudades de nuestro entorno, las grandes capitales europeas, que participan igualmente de la economía global y con dinámicas de ocupación del suelo, de necesidades de transporte y de consumo de recursos y materiales muy inerciales. Diferente es el reto de las ciudades de tamaño medio, que en la actualidad se debaten por poder participar en su propia escala en las dinámicas de intercambio económico y la lucha por participar en la competencia urbana a nivel global, necesitando para ello aportar nuevos crecimientos poblacionales, nuevas necesidades de consumo de suelo, etc. Y, por último, tenemos a todas las “nuevas” ciudades que surgen de la nueva geopolítica urbana, situadas en entornos inestables políticamente, muy desigualitarios a nivel social y que cuentan con escasa capacidad económica para atender la llegada de nueva población, que se asienta en nuevas extensiones urbanas en difíciles condiciones de calidad habitacional.
Todas estas situaciones, descritas de forma muy gruesa, forman parte de un mismo desafío, que tendrá una incidencia fundamental en la calidad de vida de los habitantes de las ciudades y determinará las condiciones de supervivencia del planeta. La expansión económica y la expansión de los medios de transporte han posibilitado que en las últimas décadas la morfología y el funcionamiento de nuestras ciudades haya cambiado sustancialmente, y hemos transitado así hacia un modelo de ocupación del suelo que ha promovido el crecimiento territorial de las áreas metropolitanas españolas, de sus grandes ciudades y también del sistema de ciudades intermedias. En todas estas escalas se ha producido un cambio respecto a la forma tradicional de nuestras ciudades, a través de la extensión de los desarrollos en baja densidad, de la extensión de las segundas residencias en el litoral, la expulsión de los centros urbanos de las funciones comerciales antes bien integradas en los centros y hoy en las periferias urbanas y, por último, de la promoción de desarrollos monofuncionales y diferenciados para las actividades económicas y la vivienda. Como afirmábamos en el inicio del artículo, se trata de un fenómeno que está en el corazón de la crisis económica actual y nos obliga a reflexionarlo en términos de modelo de desarrollo económico sostenible.
Continuará con Buscando un modelo urbano para las ciudades en transición
Foto tomada de Earth Observatory