La caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría son los detonantes del intenso proceso de globalización que ha caracterizado la economía mundial en las postrimerías del siglo XX y, muy especialmente el primer cuarto del siglo XXI que justo estamos finalizando.
La vuelta de Trump al Gobierno y el despliegue de una política comercial marcada por un incremento masivo de los aranceles apunta, claramente, al comienzo de una nueva época. A corto plazo, parece claro que la economía mundial crecerá menos de lo que estaba previsto, sumándose a una ya de por sí complicada situación macroeconómica que está guiada por la gran y creciente incertidumbre política que ahora se multiplica. No resulta descabellado pensar que, a la crisis comercial, le siga otra de carácter financiero y la economía global entre en recesión que, por otro lado, es lo que han estado descontando los mercados de valores en tiempo real en los últimos días.
El resultado final dependerá de cómo de grave y agresiva acabe siendo la guerra comercial entre países: China ya ha anunciado un 50% de incremento sobre el 34% que ya había fijado con anterioridad y la UE se prepara para responder al incremento del arancel al acero y el aluminio impuesto por Estados Unidos y reclama una negociación sin descartar graves contramedidas adicionales.
El desplome de las bolsas y el riesgo cierto de una fatal crisis financiera ha obligado a la administración Trump a una marcha atrás en su política comercial indiscriminada, aplazando 90 días la entrada en vigor de los aranceles anunciados (sólo los recíprocos del llamado día de la liberación) y dando paso a eventuales negociaciones bilaterales. La excepción es con China, país con el que una muy dura guerra comercial parece estar servida.
El episodio recuerda mucho lo que le sucedió a Liz Truss en el Reino Unido y veremos, en este caso, como reacciona el partido republicano y otros poderes porque las consecuencias de la falta de planificación y errores de bulto que se están cometiendo tienen (y las tendrás aún mayores) consecuencias sociales y económicas muy graves para la población que, no olvidemos, son los que votan en democracia; L. H. Summers estima que sólo los aranceles ya impuestos tendrán un coste de alrededor de 2.000$ para las personas de clase media.
Para Euskadi la situación se presenta muy delicada. Los aranceles se suman a la compleja situación que se detonó con la gran depresión de 2008, que siguió con el parón de la economía que implicó la grave pandemia de COVID 19 y que continua con la guerra de Ucrania que ha supuesto una creciente incertidumbre geopolítica, elevados y volátiles costes de la energía y una inflación todavía no completamente controlada. Todos estos factores afectan de un modo muy particular a las cadenas de valor industriales en la producción de vehículos, la generación de energía y la fabricación de maquinaria que son los motores tractores del conjunto de la economía vasca y que, además, están sumidos en radicales cambios estructurales para adaptarse a los cambios tecnológicos, la irrupción de la digitalización avanzada y la transición energética.
El impacto de los aranceles en la economía vasca, en cualquier caso, no se limitará, como apuntan algunas fuentes, únicamente a los sectores expuestos al mercado americano que son pocos y que suponen un porcentaje pequeño de las ventas al exterior (alrededor del 6,5%). Con toda seguridad, los impactos se extenderán por el conjunto de la economía y serán, sin duda mucho más relevantes.
En primera instancia, los sectores afectados sí serán los que venden directamente sus productos en el mercado americano que tendrán que soportar bien un menor margen (incorporan el arancel a su margen y venden al mismo precio) lo que es difícilmente sostenible en el tiempo, o una caída de su demanda o ambas cosas a la vez.
Pero este efecto inicial, se extiende muy rápidamente, porque la caída de la demanda del mercado americano, genera automáticamente un exceso de oferta en los mercados globales que deriva en mayor competencia, precios más bajos para colocar los excedentes y menores márgenes para todos. También para los exportadores vascos que son muchos.
Asimismo, a estos impactos se sumarán los que vendrán por el lado de las importaciones, que dependerá de la respuesta y barreras comerciales que imponga Europa a la provocación americana que, de momento, ésta está siendo limitada. No obstante, los riesgos pueden llegar por rupturas en las cadenas de suministro mundiales o por la creciente competencia en el mercado interior europeo.
De hecho, el impacto de los aranceles en la economía es comparable al impacto de un shock negativo de oferta como el que se vivió durante la crisis del petróleo de los años 70 del siglo pasado y los efectos de aquello están bien estudiados y analizados por los economistas: depresión. Inflación y sufrimiento social.
Independientemente del alcance final de la guerra comercial desatada, que esperemos se pueda reconducir o atenuar de algún modo, no cabe duda de que el comercio mundial camina hacia un nuevo paradigma. Las bondades universales de la globalización proclamadas, hasta hace bien poco tiempo, de manera casi universal, ya no convencen. Por supuesto, no ya a los grupos “antiglobalización”, sino tampoco a buena parte de la propia sociedad americana que piensa que la globalización se ha llevado por delante buena parte de su base industrial y con ella muchos buenos empleos y dejado muchas comunidades y territorios sin un futuro claro.
Pero tampoco convencen en Europa y otros países avanzados que ven como sus políticas ambientales y sistemas de bienestar y de garantías laborales y ciudadanas se tornan en armas contra sus propias empresas que tienen que competir con las de otros países que no juegan con las mismas normas y, por tanto, pueden vender más barato.
A medio, largo plazo, por tanto, un escenario muy plausible es una reordenación de las cadenas de valor del comercio mundial. Por una parte, como consecuencia de la digitalización, cambio tecnológico y de la propia transición energética, pero también por las crecientes barreras comerciales que se impondrán en el mundo. ¿Cómo será? No lo sabemos con exactitud, pero claramente será un mundo muy diferente.
En las nuevas condiciones, los países y, también las regiones, tendrán que cambiar sus estrategias y sistemas regulatorios y coordinar el conjunto de sus políticas yendo más allá del “laissez faire” y la defensa a ultranza de la competencia para favorecer un desarrollo económico equilibrado y sostenible. Asimismo, las empresas tendrán que repensar la totalidad de sus estrategias, mercado, tecnología, personas y modelo de negocio, para seguir siendo competitivas, teniendo en cuenta los precios, márgenes de rentabilidad y recursos disponibles (capital, tecnología y talento) que resulten en el nuevo tablero internacional.
Este nuevo escenario no tiene por qué ser especialmente negativo para el País Vasco: las instituciones públicas apuestan por mantener y reforzar el tejido industrial con políticas activas (asesoramiento, subvenciones e instrumentos financieros) y un rico ecosistema de soporte en el ámbito de la cooperación, la inversión, la tecnología, la innovación y el talento de las personas. Por su parte, las empresas vascas compiten bien en los mercados globales y están apostando fuerte por adaptarse a las transformaciones que ya están en marcha. A corto plazo, sin embargo, no queda más remedio que aguantar el chaparrón y esperar que éste no dure mucho porque los riesgos de quiebra y las dificultades para muchas empresas van a ser muy importantes.
Para sobrellevar este eventual tortuoso recorrido va a ser imprescindible el compromiso y el esfuerzo de todas las partes. Por supuesto, el de las empresas, pero también el de las administraciones públicas. En este último apartado, la Unión Europea tendrá que jugar un papel estelar. Es fundamental que Europa suspenda/relaje las normas fiscales para dejar más margen a los Estados y las regiones para incrementar el gasto público para acompañar a las empresas y contrarrestar los desajustes que ya se están produciendo. Es de esperar que el ejemplo de la pandemia sirva para facilitar políticas fiscales efectivas para los duros momentos que nos pueden llegar.
Ilustración: Google DeepMind