Cada vez que abrimos un informe ambiental o un ranking de sostenibilidad urbana, nos encontramos con una batería de indicadores que pretenden capturar, en cifras, la calidad de vida de una ciudad. Zonas verdes por habitante, árboles por cada mil personas, consumo energético per cápita, emisiones totales, tiempo de acceso a servicios básicos… Pero, ¿qué hay detrás de cada uno de esos números? ¿Estamos midiendo bien? ¿Y sobre todo, estamos interpretando con criterio?
¿Más verde, más sostenible?
Vitoria-Gasteiz presume —con razón— de su red verde urbana. Tiene más árboles por habitante que Bilbao, más superficie natural por persona. Pero también tiene una superficie urbana más extensa y menos densidad de población. ¿Es justo comparar así?
Medir árboles o metros cuadrados de zonas verdes por habitante puede ser útil, pero también engañoso. ¿Qué pasa si en una ciudad se incluyen las rotondas ajardinadas en el cálculo y en otra no? ¿Qué entendemos por “zona verde”? La comparabilidad entre municipios se rompe si no hay una metodología homogénea. Y esto ocurre más veces de las que creemos.
El indicador 3-30-300: árboles que se ven, sombra que se siente
Uno de los indicadores que ha ganado fuerza últimamente es el llamado 3-30-300. Que cada persona pueda ver al menos tres árboles desde su ventana. Que haya al menos un 30% de cobertura arbórea en cada barrio. Y que todas las personas vivan a menos de 300 metros de una zona verde de calidad.
Pero incluso aquí hay trampas posibles. ¿El 30% de cobertura de sombra se calcula sobre el total de superficie urbana (contando edificios y carreteras)?¿O solo sobre los espacios en los que se pueden plantar árboles (aceras, parques, alcorques)? Si tienes muchas zonas verdes, ya partes con ventaja. Si tu trama urbana es densa, lo tienes más difícil. ¿Entonces, lo aplicamos igual a Barcelona que a Vitoria?
Los 15 minutos universales que no lo son tanto
Otro ejemplo es el famoso indicador de ciudad de los 15 minutos. Todo a un cuarto de hora caminando: salud, educación, ocio, transporte… Suena ideal, pero la realidad es más compleja. Lo que son 15 minutos para una persona joven y ágil, no lo son para una persona mayor, o con movilidad reducida. Las pendientes importan. La eficacia del transporte público, también. Y los barrios periféricos no están hechos con la misma lógica que los ensanches del siglo XIX.
Emisiones, consumos y la trampa del per cápita
Algo parecido ocurre con el análisis energético. Afirmar que una ciudad o un país ha aumentado su consumo puede ser alarmante… o no. Tal vez ha aumentado la población. O se han construido nuevos centros públicos. O simplemente ha hecho un invierno especialmente frío. Y, al revés, puede que las emisiones por habitante sean bajas, pero las totales altísimas, como ocurre en algunos países. ¿Qué es más relevante? ¿El absoluto o el relativo?
Imagina un municipio que construye una escuela pública y un polideportivo porque su población crece. ¿Debe ser penalizado en un ranking por haber aumentado su consumo energético?
No es lo mismo preguntar cuánto ganas, que cuánto ahorras
Del mismo modo, no es igual medir salario bruto anual que ahorro mensual. Una persona con ingresos bajos pero gastos muy controlados puede ahorrar más que otra con mejor salario. Lo mismo sucede al comparar la renta media de dos barrios: un simple promedio puede no decir nada si no se pondera según la población o la estructura de rentas. El cómo se mide es tan importante como el qué se mide.
Medir sí, pero con criterio
En definitiva, los indicadores son herramientas valiosas, pero no son la verdad absoluta. Nos orientan, pero también pueden despistarnos. No son neutros. Su interpretación requiere un ejercicio constante de contexto, sentido crítico y conocimiento técnico.
Un buen ejemplo: en un análisis de calidad del aire, se detectó una caída brusca e inexplicable de contaminantes. No era un error de medición ni un evento meteorológico. Era un día festivo local, la industria parada y los desplazamientos laborales suspendidos. El dato, por sí solo, no decía nada. Interpretarlo, en cambio, lo explicaba todo.
Elegir el mensaje, entender el dato
Por eso, medir no es solo contar. Es saber qué queremos contar. Y qué estamos dejando fuera. A veces elegimos indicadores que refuerzan nuestro relato. Otras veces, los indicadores lo contradicen… y entonces toca profundizar.
Porque los indicadores, como las palabras, también pueden mentir a medias. Y solo cuando entendemos sus limitaciones, empezamos a ver con claridad lo que verdaderamente nos están diciendo.
Ilustración: A Chosen Soul