La ciudad, tanto como concepto, como en su expresión física, se enfrenta a uno de los retos de transformación más grandes de los últimos tiempos. La experiencia de las décadas pasadas nos ha dejado un sinfín de ejemplos de lo que ha funcionado, pero, sobre todo, de lo que ha fallado en el modelo de ciudades que se construyeron y expandieron a raíz del auge industrial y las necesidades que ésta generó. Condicionadas por la aceleración que supuso esta revolución en la mayoría de los ejes (aumento exponencial de la producción, crecimiento de la economía, aumento de la población, y al fin y al cabo, la aceleración del ritmo de vida), las ciudades crecieron con este mismo paradigma: un modelo productivo y de consumo con enfoque lineal, basado en la explotación de recursos finitos y dependiente de combustibles fósiles, acelerado y segmentado, que ha entendido el entorno como un mero proveedor ilimitado de distintos servicios y recursos ilimitados, obviando todo tipo de conexión entre sí.
Consecuencia de ello, el propio entorno natural y socioeconómico ha sufrido los efectos derivados de este modelo, con la actual emergencia climática, entre otras, como principal ejemplo del impacto de este sistema de producción global a nivel local. Este escenario ha llevado a buscar nuevas fórmulas para transformar estos espacios, su forma de entenderlos, configurarlos y vivirlos, para poder reinstaurar el equilibrio entre todos los elementos que cohabitan en el entorno urbano. Sistema social, económico y ambiental alineados e interconectados, entendidos como uno.
Nada más lejos que Bilbao. Ciudad industrial que sufrió un auge importantísimo en el pasado siglo, la cual creció dando la espalda a los impactos nocivos que generaría años después la degradación de sus ecosistemas principales (como la ría, por ejemplo), por sólo considerarlos desde un enfoque utilitario y mercantil. Impactos que a día de hoy siguen siendo palpables a pesar de los esfuerzos de transformación y regeneración de la villa, y que toda persona que la conoció 30 años atrás sigue recordando con intensidad en las calles.
Frente a este reto, un enfoque ecológico que integre e interconecte todos los elementos que interactúan en el entorno es imprescindible. Enfoque que puede dimensionarse a escala global (planeta), a escala urbana (ciudad) o a nivel más pequeño (barrio); e incluso aplicarlo a nuestros cuerpos, como un ecosistema de órganos, factores internos y externos que necesitan de su equilibrio para garantizar un sistema sano, saludable. Al fin y al cabo, hablamos de salud de nuestros ecosistemas, sea cual sea el su dimensión y contexto.
¿Y por qué ecología? Porque la base de su estudio son los ecosistemas. Las ciudades son ecosistemas urbanos donde los seres humanos constituyen su componente principal, siendo los sistemas más complejos creados por la especie humana. Si se pretende abordar su transformación de manera holística, estamos obligados a incluir todos los elementos y factores que inciden en ellos en el nuevo modelo, un sistema complejo y diverso.

Fuente: McPhearson et al, 2016
Partiendo de la ecología urbana como paradigma, su forma operativa se traduce en el urbanísmo ecosistémico.
Si entendemos el urbanismo como la práctica e instrumento de creación y transformación de las ciudades para abordar los retos actuales, el urbanismo ecosistémico nos lleva a la reformulación de sus bases para ampliar el foco, recuperar las interconexiones de todos los sistemas y de ese modo, aumentar nuestra capacidad de anticipación y resiliencia frente a las actuales incertidumbres de los sistemas urbanos heredados. Este enfoque obliga a hacerlo teniendo en cuenta el entorno (el más próximo y el de soporte y sustento a las actividades y flujos que la urbe requiere) desde todas las vertientes: social, ambiental, económica y cultural. La solución pasará por conseguir y mantener el equilibrio entre las variables implicadas en dicho contexto.
Fórmulas más concretas que intentan traer a tierra estos conceptos son las soluciones basadas en la naturaleza como actuaciones de transformación y adaptación concretas o integrales de la ciudad, y la economía circular como estrategia supramunicipal de metabolismo de las ciudades y su entorno, pudiendo ser aplicado a su vez en todos los niveles de la cadena.
Adoptar este tipo de soluciones y pensamientos en la planificación urbanística desde las entidades locales y llevarla hasta el ámbito privado de las empresas y la ciudadanía es el imperativo que tenemos como sociedad moderna. Sociedad que debe recuperar la conexión ancestral con la naturaleza y enfrentarse con dicha sabiduría y el conocimiento actual al precio de nuestro legado industrial.

Fuente: Evolution Eco Engine