Después de 14 días intensos de deliberaciones en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), celebrada en Dubái, se ha llegado a un acuerdo que, aunque dista de ser perfecto, envía un mensaje claro sobre la necesidad de alejarse del uso de carbón, petróleo y gas. Más de 70.000 personas de casi 200 países se congregaron en esta cumbre crucial que tuvo como epicentro las negociaciones en torno a los combustibles fósiles y su papel en la crisis climática global.
La COP28, bajo la presidencia de Sultán al Jaber, ministro de Energía y CEO de ADNOC (la octava petrolera más grande del mundo), generó polémica desde el principio debido a la dependencia de Emiratos Árabes Unidos de los ingresos derivados del petróleo y el gas, representando el 29% de sus ingresos. Grupos ecologistas expresaron su preocupación sobre la idoneidad de un representante de la industria petrolera para liderar un evento destinado a abordar la crisis climática.
Desde el inicio de las negociaciones, las tensiones fueron evidentes entre los defensores de una rápida transición a fuentes de energía renovable y los principales productores de combustibles fósiles. La Unión Europea, abogando por un abandono claro de los combustibles fósiles, buscó establecer un calendario concreto para eliminar el petróleo, el gas y el carbón. Sin embargo, se encontró con la resistencia encabezada por la OPEP y sus aliados, quienes abogan por un enfoque más gradual, permitiendo el uso continuado en países que aún dependen de estos combustibles. La filtración de una carta de la OPEP que instaba a los países productores de petróleo a rechazar cualquier medida que apuntara a los combustibles fósiles pusó en evidencia las tensiones entre la necesidad de acción climática y la dependencia económica de estos recursos.
La urgencia de limitar el calentamiento global a 1,5ºC fue el eje central de las discusiones, y aunque más de 80 países abogaron por un acuerdo final dónde se hubiera detallado plazos firmes sobre cuándo y cuanto el uso de combustibles fósiles debería disminuir en esta década, el acuerdo final se ha limitado a pedir “transitar para dejar atrás los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de forma justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica, con el fin de alcanzar el objetivo de cero emisiones netas en 2050, de acuerdo con la ciencia”.
Si bien es la primera vez que se habla de forma específica sobre ir más allá de la reducción de emisiones y se hace referencia a “eliminar gradualmente” los combustibles fósiles, instando a los países a alejarse de su uso para lograr emisiones netas cero para 2050, los críticos han señalado que la falta de acciones más concretas y firmes y que el acuerdo carezca de fechas límite firmes para la disminución del uso de combustibles fósiles hace que sea insuficiente, tachándolo de greenwashing y afirmando que es tan solo otra muestra de la falta de voluntad real de cara a abordar la crisis climática.
El enviado climático de Estados Unidos, John Kerry, reconoció que el acuerdo fue un compromiso entre muchas partes. Sin embargo, destacó que estas decisiones, aunque no cambian instantáneamente la realidad, normalizan ideas y medidas que anteriormente se consideraban radicales. En este contexto, el acuerdo final representa un paso adelante, aunque no tan ambicioso como algunos habrían deseado.
Entre los avances destacados, las empresas petroleras nacionales acordaron reducir sus emisiones, aunque no sus niveles de producción. Los países se comprometieron a triplicar la capacidad de energía renovable y duplicar las tasas de eficiencia energética global para 2030. Además, se aprobó un fondo de pérdidas y daños climáticos, con más de 400 millones de dólares comprometidos el primer día. La inversión de 30 mil millones de dólares de Emiratos Árabes Unidos en un fondo de finanzas climáticas separado, con el objetivo de movilizar 250 mil millones de dólares en inversiones verdes para 2030, también se considera un paso positivo.
Aunque estos compromisos son alentadores, muchos señalan que la transición global hacia una energía más sostenible requerirá no solo miles de millones, sino billones de dólares. Los bancos multilaterales de desarrollo presentaron planes para aumentar la financiación climática, subrayando la necesidad de que gobiernos, bancos, inversionistas y empresas tomen medidas concretas para cumplir estos objetivos.
Las críticas más severas provienen de activistas y grupos de justicia climática, que consideran que el acuerdo es insuficiente y muchos científicos han expresado su decepción, asegurando que la transición hacia una economía verde debe ser más rápida y justa, considerando la realidad de aquellos que ya están experimentando los impactos del cambio climático.
El futuro de las negociaciones climáticas sigue en juego, y la presión para adoptar medidas más ambiciosas sigue creciendo. A pesar de las críticas y la tibieza del acuerdo, la COP28 en Dubái deja claro que la lucha por un futuro sostenible está lejos de terminar. La atención global se mantiene centrada en el proceso climático de la ONU, esperando que futuras cumbres puedan cerrar las brechas y generar acciones más decisivas para abordar la crisis climática que afecta a todo el planeta.