El metano es uno de los principales gases de efecto invernadero, junto al C02 y al nitrógeno. Su concentración en la atmósfera es mucho menor a la del C02, sin embargo las consecuencias de su emisión son mucho más devastadoras en primera instancia, pues atrapa un 28% más calor. Ahora, el Informe Balance Mundial del Metano 2016 alerta de que la producción de metano ha dado un gran salto cuantitativo en los últimos años, lo que amenaza con contrarrestar los pasos que se han dado en materia de C02.

 

El estudio, en el que han participado más de cien científicos, muestra que las emisiones de metano han crecido de forma explosiva en la última década. En los primeros 2000 hubo un periodo de estancamiento, con una subida anual de tan solo 0,5 ppmm al año, pero desde 2007 las concentraciones de metano en la atmósfera han aumentado siguiendo un patrón inquietante en un ratio más de diez veces superior. Por contraste, se observa que las emisiones de CO2 se van estabilizando estos tres últimos años. En el Acuerdo de París se llegó a compromisos en la línea de desfosilizar la economía y reducir el C02, sin embargo no se habló de metano en la COP21, y si no se mitiga la producción de metano el objetivo de quedar por debajo de los 2ºC de subida de temperatura no se podrá alcanzar ni en el escenario más optimista.

 

¿De dónde proceden las emisiones de metano? Más del 60% corresponden a la actividad humana, mientras que el resto se deben a causas naturales (humedales, metano geológico, termitas, etc.). En lo que atañe a la actividad humana, la mayor parte del metano procede de la producción de comida – ganado, arrozales, gestión del estiércol, etc. –, por lo que reducir la parte correspondiente a esta fuente puede afectar a la soberanía alimentaria de muchos países, en especial en las regiones del planeta más pobres. En otras fuentes de metano como la producción y distribución de combustibles fósiles (34% de la actividad humana) y la gestión de basuras y aguas residuales (18%) se puede actuar con mayor premura mediante el uso de la tecnología.

 

La buena noticia es que, a largo plazo, el metano no se queda tanto tiempo en la atmósfera como el C02, solo una década, por lo que cualquier esfuerzo de mitigación se notará antes.