Innovación es una de esos “palabros” que llena la boca de los economistas, asesores y políticos de la actualidad. Parece que la innovación es la clave para salir de la crisis, para crear empleo y, en definitiva, la regla de oro para salvar nuestro futuro. Por ello los que pensamos que sigue siendo un concepto clave, tenemos que explicar muy bien lo que queremos decir cuando señalamos la necesidad de innovar, como la clave de nuestro futuro.
De un modo muy simplificado, se puede decir que el modelo de competitividad del tejido empresarial vasco (preferentemente en la industria) ha estado basado en la eficiencia operativa. Las empresas vascas se han ganado su posición en los mercados globales compitiendo ferozmente con otros en base a un conocimiento muy cualificado de los procesos en los que se ha mejorado al máximo, aprovechando muy eficazmente la mejor tecnología y los recursos humanos disponibles. Este ha sido el caso de muchas empresas de materiales metálicos y la fabricación de piezas y componentes de automoción entre otros. En otros subsectores industriales como la máquina herramienta, los electrodomésticos o los bienes de equipo en general, la eficiencia operativa ha estado unido al desarrollo de producto siguiendo de cerca a los principales líderes globales del mercado.
Nadie puede negar que este modelo de competitividad haya sido francamente exitoso. Nos ayudó a salir de una profunda crisis estructural a finales de los años 80 (en 1988 se recupera el VAB industrial de 1980 y de 1990 a 2008 este crece un 95% en términos reales), ha contribuido a crear más de 334.000 (de 1985 a 2008) y nos ha posicionado en un PIB per cápita un 40,6% por encima de la media de EU27 (datos de 2007). Además en estos momentos en los que estamos sufriendo las consecuencias de la recesión mundial, los indicadores parecen marcar una senda de salida de la crisis en consonancia con los de los países más desarrollados de Europa.
La pregunta clave que surge ahora, sin embargo, es si este modelo de competitividad basado en la eficiencia operativa tan válido durante los pasados 20 años, nos servirá igualmente como modelo de referencia para los próximos dos décadas.
Nuestra creciente aspiración a estándares de vida y servicios de alto nivel, la cualificación de nuestros jóvenes que buscan ocupaciones progresivamente más sofisticadas y, muy especialmente, la creciente competencia internacional de empresas con mejores estructuras de costes en países emergentes nos precipitan a una progresiva obsolescencia de nuestro modelo de competitividad basado en la eficiencia operativa. Competir en “costes” y en “saber hacer” no parece que vayan a ser nuestras mejores bazas en el futuro más próximo.
Sin perjuicio de casos individuales, la respuesta debe ser contundente: como país precisamos configurar un nuevo paradigma de competitividad que marque la diferencia en una senda de progreso sostenible. El nuevo paradigma de competitividad tiene que focalizarse mucho más en la generación de valor que en la eficiencia de costes incorporando nuevos modelos de negocio más imaginativos y flexibles que replanteen abiertamente y con una perspectiva de medio, largo plazo “qué hace la empresa”, pero también, el cómo y el con quién para hacerlos más sostenibles y competitivos globalmente.
La clave está en aprovechar lo que sabemos hacer para, por un lado, evolucionar hacia segmentos de la misma cadena de producto en los que nuestra aportación sea más significativa y diferencial y, por otro, apostar por nuevos nichos de negocio en sectores de actividad más intensivas en personas y conocimiento en los que podamos rápidamente construir una ventaja global.
Este es el único modo de poner en el mercado el talento de las personas por las que tenemos que apostar ya que junto con nuestra forma de vida y nuestros valores son el principal activo y ventaja competitiva con los que contamos.
El nuevo paradigma lo podemos bautizar como modelo competitivo basado en el valor o en la innovación, pero no podemos caer en una interpretación laxa del concepto y tenemos que dejar perfectamente claro que la innovación lo es realmente cuando los cambios van perfectamente dirigidos a la creación de ventajas competitivas sostenibles y valor en el mercado. Cambiar por cambiar o, incluso, por mejorar incrementalmente no es la innovación que necesitamos, sino un capricho inútil del que tiene recursos para dilapidarlos. Recuerdan las magníficas inversiones que se hicieron para modernizar Altos Hornos de Bizkaia, para después tener que cerrarlo… Pues eso.